"Lugares comunes..."
Nos encontramos así ante un álbum breve (solo treinta y tres minutos), bastante regular y que salvo un par de excepciones (situadas ambas al comienzo del disco) apuesta por lo básico, con esa Camila que se expresa en versión dramática unicamente sobre sutiles cuerdas o un teclado. Nada nuevo por cierto, que en esa línea la hemos oído en el pasado. El caso es que si bien el trabajo abre insinuando cositas musicalmente ambiciosas, como en 'La primera luz' (con esos aires a Radiohead que inevitablemente le brotan a la vocalista) seguida de una cruda 'Madre nunca niña siempre', rápidamente el asunto girará hacia la intimidad y extrema simpleza, colocando al discurso siempre por sobre los arreglos. En ese andar habrán piezas que tienen lo suyo y funcionan, destacando algo como 'Fuga' (con unos primeros segundos que emulan la tristeza de un 'Everybody's gonna learn sometime' en versión Beck), la desnuda 'Vapor' o 'Medalla de oro' (una que pedía a gritos una explosión de mayor intensidad que lamentablemente no llega), mientras que otras oscilarán entre el auto plagio ('Irreversible' o 'Torre', por ejemplo, son bonitas pero también canciones que se las hemos oído varias veces antes) y baladas algo frías (el cierre a cargo de 'Habla' + 'Antorcha').
La primera luz efectivamente es un disco que intencionalmente suena a poquita cosa frente a sus antecesores, un álbum que quizás atrapa a Camila Moreno en un momento contemplativo ante su propia obra y donde ha debido tirar de lugares comunes, digamos, el piloto automático. El resultado está bien, funciona y regala uno que otro momento digno de atención. Tampoco es que pretendiese mucho más.
¿Canciones? 'La primera luz' y 'Medalla de oro'.
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