sábado, 30 de mayo de 2020

The 1975: Notes On A Conditional Form (2020)

"Su excelencia: el anti álbum..."

Matthew Healy es un tipo de 31 años, nació en 1989 y pertenece por lo tanto a esa generación que se encuentra en el limbo entre aquello que fue y lo que es. Es probable que a sus quince años haya escuchado discos de sus artistas favoritos, pero tan pronto comenzó a acercarse a los veinte (y ni hablar al superarlos) comenzó a empaparse por completo de la cultura del playlist, del "lo miro/lo olvido" de Instagram y todo aquello. Esto a propósito del cuarto álbum de The 1975, un disco que se aleja absolutamente de lo que usualmente entendemos por este concepto y más bien entrega un puñado de piezas con poco y nada de conexión entre si. Algunas son canciones tradicionales, otros interludios. Sin embargo, lo increíble es que funciona. 

La sensación que deja Notes on a condicional form es que ha podido ser el disco del año y simplemente no han querido. Conscientes de que hoy practicamente nadie compra música en formato físico y armarse un playlist con los temas que te gustaron es lo usual, le han metido al álbum todo lo que tenían, llegando en total a las 22 piezas en 80 minutos de duración, haciendo gala de una verborrea impresionante, asunto que no deja de impresionar considerando que su anterior álbum vio la luz hace menos de dos años (noviembre de 2018 para ser más exactos) y constaba de quince canciones en total. Pero vayamos al detalle...

Si Michael Jackson hoy viviese no me cabe ninguna duda que habría comenzado alguna de sus canciones con un discurso de Greta Thunberg. Pues bien, así han hecho The 1975 con los primeros cinco minutos de disco, en plan 'Heal the world' han instalado un monólogo acerca del cuidado del planeta que roza la parodia. Hablan en serio, sin embargo, ya que a la vuelta de la esquina irrumpirán abruptamente con el alegato punkoide 'People' sonando enormes con su "¡People like people! ¡The want alive people! ¡Stop fucking with the kids!". Luego un interludio instrumental incomprensible como 'The end (music for cars)' (podrían haber cerrado el álbum con esto... pero claro, aquello hablaría de un disco tradicional) que dará paso al beat exquisito de 'Frail state of mind', y vuelven a sonar tremendos, volvemos a enganchar. La lógica esquizofrénica continuará con otro interludio que dará paso a 'The birthday party', un baladón acústico moderno que emociona (¡hasta un saxofón han incluido en su recta final!) e invita a creer que si, es posible crear buen pop en pleno 2020. ¡El punto es que hay que saber tocar algún instrumento!

Desde aquí el disco continuará nadando entre sub géneros, sonarán aventuras que coquetean con ambientes dubstep como 'Yeah I know' o 'I think there's something you should know', medios tiempos poperos melosos como 'The because she goes' , 'Roadkill' o 'Me & you together song' o incluso folk acústico en 'Jesus Christ 2005 god bless America'. Lo increíble es que donde otros estarían acabando The 1975 recién comienza. Hasta aquí el asunto ha tenido calidad pero aún nos queda medio disco.


La segunda parte del álbum abre en plan gospel para luego pasarse al hip hop en 'Nothing revealed / Everything denied', convencen absolutamente para luego volver a lanzarse por la montaña rusa. Destacará el interludio 'Shiny collarbone' (¡al fin uno que si suena coherente!), el pop ochentero que se huele tanto en 'If you're too shy (let me know)', una de las grandes joyitas que nos deja este trabajo, o en el tierno cierre a cargo de 'Guys', pero claro, por supuesto que en un disco tan extenso y donde claramente han metido sin asco lo que tenían, no todo funciona. Los ya mencionados interludios cortan bastante la pasión (aunque ese 'Having no head' en plan Thom Yorke por momentos suena fascinante) y canciones como 'Tonight (I wish I was your boy)', 'What should I say' o la balada acústica 'Playing on my mind' redundan hasta el hartazgo sobre un concepto antes ya trabajado de mejor manera en el mismo disco. 

No hay quejas de todas formas, que cada cual es libre de armarse una lista con sus doce favoritas y tener su disco del año. Quizás a futuro The 1975 trance con nosotros y nos regale una maravilla que funcione de comienzo a fin, por ahora, Notes on a condicional form entrega muestras de que creatividad, diversidad de influencias y talento aquí hay de sobra. 

8 / 10
Excelente.

miércoles, 27 de mayo de 2020

20 Años de The Cure: Bloodflowers (2000)

"La última gran inspiración de una leyenda..."

Me debía esta reseña, y si bien este cumplió veinte años de existencia en febrero de este 2020, nunca será demasiado tarde para retomar. Y vamos...

Los 90s fueron una década creativamente complicada para The Cure. En el período 1979-89 la banda fue capaz de publicar nueve álbumes de estudio, yendo desde la sobriedad de Three imaginary boys (1979) al colosal Disintegration (1989). Y si bien todo pareció funcionar tras la salida de Wish (1992), que combinó luces y sombras de manera impecable, la llegada del polémico Wild mood swings (1996) acabó significando un callejón sin salida para The Cure, independiente de que el disco tuvo calidad, el mundo no le perdonó a Robert Smith el que sonriese y se atreviese a sonar liviano. Los fans masticaron los singles pero no los tragaron (los mismos Cure a día de hoy también reniega del trabajo y practicamente no lo interpretan en vivo), el disco obtuvo bajas ventas, malas críticas y pese a que en conciertos la banda se empeñó en darlo todo, el asunto quedó cuesta arriba entrando al fin de siglo, de ahí que Smith decidiese tomarse cuatro años para editar un sucesor, el cual además se pensó como una despedida de la banda y de paso un trabajo que llegaría para cerrar una trilogía compuesta inicialmente por Pornography (1982) y el mencionado Disintegration

No era fácil la tarea, el compositor se colocó una vara alta: cerrar la trilogía y entregar un álbum capaz de dejar en la memoria un recuerdo honesto de The Cure. Sin embargo, el desafío acabó por sacar lo mejor de la agrupación, y es que ya sin nada que perder, sin la presión de tener que generar ventas o meter algún single en las masas, Bloodflowers acabó no tan solo funcionando en materia musical, encontrando a un Robert Smith absolutamente inspirado en líricas + arreglos, sino que terminó por entregar fuerzas suficientes la banda para seguir adelante, grabando incluso (a día de hoy) dos discos posteriormente.

Yendo a la música, Bloodflowers se percibe como un disco potente y envolvente en sus atmósferas, un álbum capaz de tocar sensibles aristas en cada uno de sus temas (nueve en total en casi una hora de música) y donde encontramos a un Robert Smith totalmente inmerso en reflexiones existenciales adultas y maduras en torno al paso del tiempo, el pasado y la nostalgia de aquello que tiende a desaparecer. No hay que olvidar que al vocalista el disco lo atrapa entrando en sus 40 y con un proyecto musical que parecía llegar a su fin, aspectos que se perciben con claridad en los ambientes sombríos que aborda el disco. 

Musicalmente el disco, pese a plantearse como una continuación de Disintegration muestra claras diferencias en materia de arreglos respecto a este, mostrándose mucho menos perturbador en su sonido, más limpio en el trabajo de guitarras y atmósferas, aunque igual de profundo y emotivo. Para muestra la melancólica partida en 'Out of this world', una pieza oscura que aborda una relación sin futuro, imposible y dolorosa, de amantes claramente ("Se que debemos volver a nuestras verdaderas vidas / Pero la vida real es la razón por la que queremos otra vida..."). La partida del álbum está marcada por su vibra acústica y en esa misma linea más adelante sonarán canciones como 'Where the birds always sing' o la depresiva 'The last day of summer' ("Solía ser tan simple / Ni siquiera lo intentaba / Pero los últimos días del verano nunca se sintieron tan fríos...") , mientras que en el nudo del disco encontraremos una pasada dedicada a las promesas rotas y el quiebre de una pareja, primero en la balada 'The is no if' y luego en la electrónica 'The loudest sound'. 


En otra arista del álbum, una más ruidosa y áspera, aparecerán las guitarras, con canciones más centradas en la rabia o la decepción con uno mismo, ahí 'Watching me fall', con sus enormes once minutos de duración sonará desgarradora ("Me he visto caer por años / Me he visto madurar pequeño / Me vi desaparecer..."),  'Maybe someday' es la única canción del álbum que realiza claras referencias al mencionado fin de la banda ("No, no lo haré nuevamente / No quiero fingir / Si no puedo hacerlo como antes debo dejarlo terminar..."), mientras que '39' aparece como una experiencia musical fascinante con esas guitarras que se cruzan constantemente, es The Cure sonando mejor que nunca y con una letra que nuevamente aborda el tema del fracaso y la decadencia ("Solía ser el fuego / Pero el fuego está casi apagado / Y ya no hay nada que incendiar..."). 

El álbum cerrará con la homónima 'Bloodflowers', otra canción increíblemente épica que se sostiene sobre un redoble + teclado que se irá complementando lentamente por guitarras y un Smith gigante en la generación de intensidad ("Entre tu y yo / Es duro saber en quien confiar, que pensar, en que creer..."), cerrando así un álbum que resulta ser una experiencia completa, no tan espesa como ocurrió en Pornography o Disintegration pero que con sus propias armas logra llegar a la médula del oyente.

El disco no fue promocionado, y si bien 'Out of this world' o 'Maybe someday' sonaron en algunas radios del mundo, oficialmente no hubo singles, menos un video clip. La recepción a nivel de crítica del álbum fue tibia, sin embargo el paso del tiempo le ha entregado a Bloodflowers los aires que siempre debieron corresponderle, los de un trabajo enorme que roza el brillante y, por cierto, el último gran destello de una banda eterna. Tres años más tarde, en 2003, Robert Smith (¡Qué genio en vida!, hay que decirlo) convenció a la banda de grabar un recital de tres horas interpretando la trilogía completa, este concierto filmado en Berlin resultó ser otra experiencia imperdible para cualquiera que desee acercarse al mundo de esta fascinante banda.

8,5 / 10
¡Excelente!


Otras reseñas de The cure:

domingo, 24 de mayo de 2020

Paradise Lost: Obsidian (2020)

"La leyenda ha vuelto a estar a la altura..."

Con una discografía tan extensa y quince álbumes en treinta años de carrera es probable que a los británicos de Paradise lost les haya pasado la cuenta en más de algún momento esa tendencia a sacar discos a como de lugar cada dos o tres años. De aquello pecó Medusa (2017), un disco que no fue capaz de sostener la magia que la banda había sido capaz de desplegar tanto en Tragic idol (2012) como en el excelente The plague within' (2015). Sin embargo, de las leyendas no hay que dudar. Puede que en determinados momentos no estén tan inspirados pero sobradas pruebas nos han dado de su talento por lo que debemos tener tranquilidad en que más allá de uno que otro paso en falso acabarán cumpliendo con las expectativas. Esto a propósito de 'Obsidian', la nueva evidencia de talento por parte de una banda que no parece tener ganas de sucumbir. 

El álbum número dieciséis de Paradise lost conjuga todos los elementos que han hecho grande a esta banda. La oscuridad y el peso está presente, aquello se manifiesta de inmediato en una canción como 'Darker thoughts', que tras dos minutos de relato acústico estalla entre guitarras y encuentra a un Nick Holmes realmente fantástico, con el que conectamos cuando vocaliza limpio y cuando vomita guturales (gigante ese "¡God ask not to kill!"). Enorme partida para el álbum. Por si fuese poco, suena 'Fall from grace' (uno de los mejores singles del año desde ya) y nos lleva a las nubes con su sonido, espeso, denso pero hermoso en su oscuridad. La banda entiende muy bien que necesita el disco por lo que aceleran a continuación con 'Ghost', un metal mucho más activo y dinámico al que más adelante volverán a acceder en canciones como 'Forsaken' o 'Serenity' mientras que 'The devil embraced' retomará el sonido lento de un comienzo y que cuando tiende a volverse algo monótono nos regala un fantástico juego de guitarras que resulta imposible no disfrutar. 

Quizás el único defecto que uno podría achacarle a este buen Obsidian es que peca de conformismo cuando la banda tiene claro que nos tiene en sus manos. Ahí toda la segunda parte pese a cumplir en canciones como 'Ending days' o la notable 'Ravenghast' (tema que perfectamente pudo cerrar el álbum), redunda demasiado sobre la misma tecla, esto se evidencia en 'Hope dies young', 'Hear the night' o el frío cierre que es 'Defiler', dejándonos así frente a un disco que trae de regreso toda la vibra de Paradise lost pero nos deja con ganas de algo más. Tampoco es tan terrible, no hay que ir demasiado lejos, a The plague within (2015) basicamente, para encontrar esa inspiración extra. Notable trabajo de todas maneras para una leyenda del gótico que ha vuelto a estar a la altura.

7,5 / 10
¡Muy bueno!


Otras reseñas de Paradise lost:

miércoles, 20 de mayo de 2020

30 Años De... Los Prisioneros: Corazones (1990)

"Una obra descarnada dispuesta a hacer historia..."

Entre 1984 y 1989, en apenas cinco años, el trío chileno Los prisioneros había logrado lanzar tres álbumes al mercado, afirmar un nombre pero al mismo tiempo destruirse internamente. Diferencias creativas importantes, además de un conocido lío de faldas, provocaron el quiebre entre Claudio Narea y Jorge González, tras lo cual el primero abandonaría la banda mientras que el segundo decidió centrar todas sus energías en lo musical, comprometiéndose a lanzar un disco de nivel tras el frustrante resultado obtenido años atrás en La cultura de la basura (1987), un álbum de irregular nivel que sufrió a causa de la pobre producción con que contó. De esta forma, en medio de un período personal de absoluta convulsión emocional Jorge González viaja solo a los Estados Unidos para reunirse con el productor argentino Gustavo Santaolalla, quien lo ayudaría a trabajar en el que no solo acabaría por ser el oficialmente cuarto álbum de la banda sino que también una verdadera obra maestra de la música chilena. 

Visceral en lo lírico y fascinante en lo musical, Corazones terminó desatando todo el complejo universo interno de Jorge González. Y es que si bien en un inicio el álbum se planteó con un enfoque tradicional (con canciones de rock tipo 'Las sierras eléctricas' como punto de partida) poco a poco comenzaron a aparecer letras mucho más personales, que guardaban relación con el momento emocional del vocalista, mientras que en materia de arreglos el asunto fue acercándose hacia los sonidos que por entonces motivaban al chileno, es decir, la electrónica y el synth pop, algo que por cierto ya se había anticipado años atrás en canciones como 'Muevan las industrias' o 'Estar solo', de Pateando piedras (1986). Los méritos por tanto con que cuenta el álbum son muchísimos, comenzando por la valentía de haberse alejado de manera drástica del sonido de banda de rock y de todo lo que se habría esperado de un nuevo álbum de Los prisioneros en 1990.

En este sentido, Corazones va al choque en lo estético y lírico, es un disco que en lo temático e interpretativo conecta con Camilo Sesto mientras que en lo musical con Rick Astley, así de extraño y genial a la vez. Abre con los teclados del hitazo 'Tren al sur', donde la mano de Santaolalla en la producción es más que evidente, sacándole enorme partido a sobrios arreglos y a la voz de Jorge González, que en el coro suena inolvidable. Posteriormente, esa sensación de lograr muchísimo con poco se hace carne en la majestuosa 'Amiga mía', un teclado que se cruza con el bombo + bajo  marcando el ritmo y el relato de una historia nostálgica llena de dolor, armando un clásico romántico/doloroso imperecedero que muestra a un vocalista desgarrándose en cada linea con sutiles referencias románticas, eróticas e incluso al consumo de drogas. 

"Aprendiendo de nuevo. Despertando en mi cama.
No habrá otra espalda, la almohada sudada..."

En una linea mucho más dinámica que apunta directamente a la pista de baile aparece 'Con suavidad', una canción donde efectivamente González fue capaz de llevar lejos el sonido que pretendía lograr con el álbum, algo que más adelante se volverá expresar en versión más simple en 'Por amarte'. El disco, sin embargo, no será solo romance, un potente momento político se vivirá en la extraordinaria 'Corazones rojos', una canción que originalmente fue pensada para un colectivo feminista llamado Las cleopatras pero que acá aparece en una versión más madura y lograda, fuera de adelantarse tres décadas a las discusiones de género que hoy se están llevando a nivel mundial (una crítica  al machismo que por cierto que ya se había adelantado, aunque con menos talento, en 'Una mujer que no llame la atención' de 1986).  

"Ten cuidado de lo que piensas, hay un alguien sobre ti.
Seguirá esta historia, seguirá este orden. 
Porque Dios así lo quiso, porque Dios también es hombre..." 

También en una linea política solo que en tono más ligero sonarán 'Cuentame una historia original' o 'Noche en la ciudad', donde el vocalista realiza una ácida crítica a la sociedad chilena de aquellos años, plagada de hipocresías y con una moralidad fuertemente marcada por la iglesia. Mientras que el dramatismo volverá a ser protagonista en la cara b del disco mediante las enormes 'Estrechez de corazón' (¿la mejor interpretación vocal de Jorge González en toda su carrera? Probablemente) y 'Es demasiado triste', el teatral cierre para un álbum que no tiene puntos bajos, donde cada nota y linea parece encontrarse exactamente en su punto y lugar.

Si bien Corazones figura oficialmente como el cuarto álbum en la carrera de Los prisioneros, muchos afirman que más bien se trató del primer álbum en solitario de Jorge González. Estoy entre aquellos. El disco, que vio la luz un 20 de mayo de 1990, sacó a la luz lo mejor del compositor tanto en materia vocal como musical, un álbum desgarrador a momentos, ácido en otros. Un disco poco comprendido en aquellos años a causa de sus arreglos cargados a la electrónica y sus temáticas dramáticas, pero al que el tiempo ha sabido colocar como el fantástico trabajo que es. 

En definitiva, treinta años de uno de los más grandes discos de la historia de la música chilena.

9 / 10
Brillante.

domingo, 17 de mayo de 2020

20 Años De... Pearl Jam : Binaural (2000)

"Notable bicho raro ..."

El fin de siglo atrapaba a Pearl jam en un momento singular. Tras la vorágine que significó el haber debutado con el demoledor  Ten (1991) + Vs (1993) + Vitalogy (1994), la banda supo refugiarse en el íntimo No code (1996) para luego salir a ver la luz con un sólido Yield (1998), sin embargo, cabían dudas respecto a los caminos a seguir por los estadounidenses, sobre todo tras el sorpresivo éxito del single 'Last kiss' en 1999, ¿sería que a partir de ahora tendríamos a unos Pearl jam más melosos y comerciales? ¿o más bien una vuelta a las raíces? ¿o quizás una mixtura de sonidos como hicieron en Yield? Finalmente las ganas de continuar experimentando primaron y la banda optó por trabajar un disco realmente diferente a cualquier cosa que antes hubiésemos oído de ellos, comenzando por la producción, donde en lugar de acudir a su habitual compañero de ruta Brendan O'brien optaron en esta ocasión por Tchad Blake, un productor fascinado por diversas técnicas de grabación y junto a quien intentaron plasmar el sonido binaural en sus canciones, es decir, un método que busca generar en el auditor una experiencia similar a la de estar escuchando la música en una habitación. Y en efecto, escuchar el álbum con audífonos resulta muy distinto a oírlo en un parlante tradicional, o al darle play desde el teléfono, por ejemplo, es impresionante cuanto se pierde del sonido en gran parte de las canciones.

Ahora, el cambio de productor no es la única novedad relevante con que contó el proceso de grabación de Binaural. El disco contó con el debut en batería de Matt Cameron, quien se uniría a Pearl jam tras el fin de Soundgarden reemplazando a Jack Irons (quien participó junto a la banda entre 1994 y 1998), y su participación se hace sentir en los temas más duros del disco. Es más, me atrevería a afirmar que nunca más en la carrera de Pearl jam la presencia de Cameron se sintió con tanta claridad en un conjunto de canciones como aquí ocurre en 'Breakerfall', 'Insignificance', 'God's dice' o 'Grievance'. Piezas donde la banda suena ágil e inspiradísima y la producción da muestras de exactamente lo que la banda quería lograr con ella, con capas y capas de guitarras, redobles que se perciben en el ambiente y un sonido que parece esconder muchísimos secretos.  



En contra partida a estas canciones directas aparecen las exploraciones. Primero dentro del rock en 'Evacuation', una canción compuesta por el mencionado Matt Cameron (y vaya que se nota), con una estructura totalmente marcada por el golpeteo del baterista además de un Eddie Vedder que se entrega a altas notas en los coros (la canción siempre ha sido resistida por los fans pero nadie puede negar que el cierre es fascinante). Y luego en canciones tremendamente oscuras y que son capaces de trasladar el sonido de Pearl jam a otro lugar, ahí destaca la enorme 'Nothing as it seems', con un Mike McCready inmenso en los emocionales solos de guitarra, la exquisita pasada blues/country que es 'Of the girl', la extraña pero fascinante 'Rival' (con Vedder nuevamente llevando el registro al límite de sus capacidades) o la atmosférica 'Sleight of hand'

También sumarán el medio tiempo 'Light years' (¿será la canción más sub valorada en la carrera de Pearl jam? ¡es que vaya maravilla!) así como el tétrico cierre a cargo de 'Parting ways' mientras que la balada 'Thin air', que debe ser lo más débil que contiene el disco al perderse en la búsqueda de una emoción que no acaba nunca de llegar, así como la aventura en ukelele 'Soon forget', definitivamente no se encuentran al nivel del resto del conjunto. En este sentido, resulta lamentable el que la banda decantara por estas canciones (o 'Evacuation') en lugar de 'Sad', 'Education' o 'In the moonlight', temas que definitivamente podrían haber funcionado mejor en Binaural y que pudimos conocer años más tarde gracias al compilado Lost dogs (2003).

Con todo, el sexto álbum de Pearl jam cuenta con la suficiente fuerza individual como para merecer una justa reivindicación. La historia ha situado a Binaural como el bicho raro de la discografía de la banda, un trabajo que en su momento sufrió palos por todos lados, tanto crítica como fans le dieron ya sea por la producción o falta de fuerza en muchas de sus canciones, sin embargo, mirado a distancia cabe destacar el trabajo honesto y notable resultado por parte de una banda que continuaba mostrando hambre de romper sus propios límites, aún en la incomprensión.

7,5 / 10
¡Muy bueno!


Otras reseñas de Pearl Jam:
2020: Gigaton
2013 : Lightning bolt
1993: Vs

miércoles, 13 de mayo de 2020

Katatonia : City Burials (2020)

"(Demasiado) Consolidados su metro cuadrado..."

En el mundo de la música actual existen varias agrupaciones que si bien nacieron como bandas de metal poco a poco fueron emigrando hacia nuevas latitudes, generalmente asociadas al mundo del rock progresivo (¿aló, Opeth?). Pues bien, Katatonia es una de ellas. Los suecos supieron cerca de diez años atrás encontrarse en un sonido, oscuro, lúgubre, espeso, y desde entonces no han hecho sino consolidar dicho metro cuadrado. City burials, el undécimo álbum de la agrupación, llega para confirmar estas sensaciones, un disco sólido marcado por una producción limpia que saca a relucir el trabajo instrumental y donde todo deja la sensación de encontrarse en su lugar, quizás demasiado. Con esto último quiero decir que el disco está bien, las canciones logran transmitir esa sensación de pesar característica de la banda, sin embargo, las guitarras suenan tan contenidas o la voz de Jonas Renkse narra sobre una calma tan absoluta, que el extrañar algo más de riesgo resulta inevitable. 

Nos encontramos así frente a un conjunto en general marcado por la introspección, donde la banda si bien conecta a ratos con su faceta más dura, esta siempre parece estar encorsetada. Para muestra la partida, con una sólida 'Heart set to divine' que a partir de una voz desnuda irá siendo capaz de incorporar explosiones en su andar o 'Behind the blood' (el único tema veloz en todo el trabajo) , ambas están bien pero carecen de filo suficiente como para empaparte del dolor que pretenden transmitir, sobre todo la segunda que supone ser un punto alto dentro del disco y en realidad resulta ser un tema totalmente olvidable. 

Esta sensación se repetirá durante varios pasajes, con canciones bien ejecutadas y que se centran en las atmósferas, como 'Rein' o 'The winter of our passing', pero que suenan planas y cuando elevan la intensidad falta fuerza (¿o será que vocalmente Renkse ya no puede dar más y aquello merma el resultado?). De todas maneras el disco es regular en su nivel, y sin llegar al desangre encuentra excelentes momentos en la calma con coqueteos electrónicos de 'Lacquer' o en la exquisita pasada por 'City glaciers' + 'Flicker' (algo de Tool se huele en estas, algo), estas tres son preciosas y se enmarcan dentro de lo mejor logrado del trabajo, sin embargo, en la generalidad de este Katatonia se oye estancado en la comodidad de un lugar que ya manejan a antojo donde incluso se puede recurrir a discos anteriores para disfrutar de ambientes similares.  

En definitiva, City burials cumple en su objetivo de sonar pulcro y dar muestras de una fórmula perfectamente aceitada pero que más allá de las sentidas atmósferas no logra llegar. El disco suena bonito y cuidado pero no impacta. Es de esperar que en una futura entrega logren remecer un poco más sus consolidados cimientos.

6 / 10
Bueno, cumple. 

domingo, 10 de mayo de 2020

50 Años De... The Beatles: Let It Be (1970)

"El último respiro de una (gran) historia ya acabada..."

La segunda mitad de la década de los 60s representó para The beatles una etapa tremendamente convulsionada pero desde donde emergieron álbumes enormes y dignos de la que debe ser la banda de rock más influyente en la historia de la música contemporánea. Cinco años le bastaron a los ingleses para hacer historia con mayúsculas, entregando material por montón aunque también bastante irregular entre si, yendo desde la dupla Rubber soul (1965) / Revolver (1966), donde la banda comenzaba a experimentar con la psicodelia y su música en general, el conceptual Sgt. Pepper's lonely hearts club band (1967), dos bandas sonoras de películas como Magical mystery tour (1967) o Yellow submarine (1969), que son agua y aceite, además de un singular álbum doble ("el álbum blanco" de 1968) que pese a ser un documento realmente extraordinario en materia de canciones entregaba claras señales de agotamiento por parte de una agrupación que internamente mostraba fisuras en la convivencia. 

Con la banda fracturada fue que Paul McCartney se entregó a la labor de unir a The Beatles, convenciendo al resto de que necesitaban re conectarse con sus raíces, entrar al estudio a componer un álbum sencillo, que fuese posible reproducir en un concierto a realizar en un lugar aún a designar (no hay que olvidar que en 1966 los ingleses dejaron de presentarse en vivo) y que además vendría acompañado por una película/documental que daría cuentas del proceso de grabación. Todo bonito e idílico hasta ahí, sin embargo, cuando un matrimonio se ha quebrado en sus cimientos no hay terapia que ayude por lo que a poco andar el proyecto comenzó a caerse por diferencias de convivencia, dejando todo el material a medio acabar. La banda se encierra a grabar en una especie de galpón (que en realidad era un set donde se filmaría la próxima película de Ringo) y nada fluye, todo se quiebra. Deciden entonces detener el proceso y re intentarlo en los estudios de Abbey Road, donde efectivamente los ánimos se recomponen e incluso logran realizar en enero de 1969 aquella mítica actuación sorpresa en una azotea de Londres. De todas formas, la idea del disco (que en teoría se titularía Get back) queda a medio andar por lo que McCartney, completamente frustrado, decidió volver a comenzar de cero y junto al productor George Martin centró todas sus energías en la grabación de un nuevo proyecto, el cual increíblemente acabaría siendo otra obra maestra: el fantástico Abbey road. Pero aquello será motivo de otra reseña. 

El caso es que pese al éxito del que se supone debería haber sido el último disco oficial de los ingleses, The beatles se quiebra definitivamente y un McCartney deprimido escapa a su granja en Escocia donde comenzaría a grabar el que acabaría siendo su primer álbum en solitario. Entre tanto John Lennon decide hablar con Phil Spector, solicitándole que recupere el material de las sesiones de Get back y lance el álbum de todas formas. El productor realiza múltiples cambios al proyecto original, retirando canciones que consideró débiles, incluyendo otras e incorporando arreglos orquestales a un puñado, modificando prácticamente por completo la idea que McCartney había pensado para el álbum. Nació así Let it be, oficialmente el último disco en la carrera de The beatles y publicado un 8 de mayo de 1970.

Dado el contexto mencionado, era de esperar que en lo musical el álbum resulte ser una mixtura con un hilo a ratos algo incoherente pero que se sostiene por completo gracias a la calidad individual de sus piezas, todas canciones realmente brillantes.  Se alternan acá canciones que respetan el formato inicial del proyecto, es decir, piezas acústicas o eléctricas donde interactúan solo los cuatro beatles, ahí destaca 'Dig a pony' (que funciona pese al flojito solo de George Harrison) o 'Two of us', la fantástica 'I've got a feeling' o el clásico 'Get back', con la notable colaboración de Billy Preston en el teclado (quien en las sesiones de grabación se incorporó como un quinto beatle al proyecto). Suman también un par de canciones que a modo de rarezas quedan bien, como el viejo rock & roll 'One after 909', una joyita de 1963 que en su momento no fue utilizada por la banda pero que acá decidieron recuperar (y cuya versión del álbum fue la interpretada en la azotea), o la acústica 'For you blue', que es lo más cercano que habremos oído de The beatles en versión Unplugged.


En otra arista del disco encontramos canciones que quedan como meras anécdotas o improvisaciones, como  'Dig it' y 'Maggie mae', mientras que el aporte de Phil Spector al trabajo se verá reflejado en el alargue notable 'I me mine' (creación de George Harrison), en las hermosas 'Across the universe' (donde el productor fue capaz de crear una canción maravillosa a partir de una vieja maqueta acústica de Lennon) y 'The long and winding road' (odiada por McCartney en su momento ya que los arreglos orquestales pasaron a llevar su desnuda obra), y por supuesto, en el himno del disco: 'Let it be', otra obra de McCartney dispuesta a quedar para la posteridad.

Quedó entonces Let it be como un álbum algo inconexo, que enlaza canciones simples y de bajas pretensiones con otras colosales en materia de arreglos, pero que a nivel individual funciona de manera impresionante. A Phil Spector no hay mucho que criticarle, quizás el no haber incluido 'Don't let me down' en el álbum (¡un crimen de proporciones!), pero en general el productor supo potenciar un puñado de canciones que pasarían a la historia como las últimas joyas de la corona para una banda que cerraba así su magnífica historia. 


8,5 / 10
¡Excelente!



Otras reseñas de Paul McCartney:
2018: Egypt station
2013 : New 
1970: McCartney

miércoles, 6 de mayo de 2020

Havok : V (2020)

"Equilibrio absoluto..."

Desde hace una década que los estadounidenses de Havok vienen siendo apuesta segura dentro del mundo del thrash, principalmente a causa de las ganas que muestran álbum tras álbum de innovar dentro de un género que suele entregar señales de bastante hermetismo. Y si bien tanto en Burn (2009) como en Time is up (2011), sus dos primeros discos, la banda fue vértigo y velocidad, también es cierto que en sus estructuras siempre hubo espacio para sonar interesantes, asunto que continuaron corroborando en sus siguientes trabajos, ahí Unnatural selection (2013) me parece el más débil en su carrera pero Conformicide (2017), con ese maravilloso bajo como protagonista sigue sonándome a día de hoy un álbum contundente en lo técnico y osado en cuanto a intenciones, un disco que fue capaz de dar un salto importante tanto a nivel de ejecución como compositivo dejando la vara muy arriba para este quinto álbum. 

Ante tales expectativas, a lo cual se sumaría a la partida del bajista Nick Schendzielos, uno podría haber llegado a temer por el presente de Havok, sin embargo, con el horno aún tibio la banda decidió ponerse en marcha para el que sería su quinto larga duración y enfrentar el desafío con sus mejores armas. Así han hecho y lejos de sucumbir han acabado por entregar un trabajo que equilibra todos los elementos que tanta identidad han otorgado durante estos años a la banda. 

Pero vayamos a la música, ahí, el cariño por el thrash y el speed metal está presente al punto de que la banda no ha temido rememorar casi literalmente a viejas glorias como Metallica ( era ...And justice for all ) , Megadeth o Exodus, lo cual se expresa en la veloz partida a cargo de 'Post-truth era' + 'Fear campaign' o más adelante en 'Phantom force' + 'Cosmetig surgery', canciones que apuntan directas a la médula sonando ágiles y afiladas, aunque dejando espacio siempre al lucimiento técnico de sus integrantes. Y ahí me quiero detener. A diferencia de lo realizado por Metallica en 1988 (que conocido es que "escondieron" en la mezcla a Jason Newsted), Havok han regalado momentos en varias de sus canciones para que Brandon Bruce luzca en el bajo, con una cuidada producción a cargo de Mark Lewin (colaborador de The black dahlia murder, Cannibal Corpse, Fallujah entre otros) que ha sabido sacarle enorme partido al aspecto instrumental del disco, insisto, con especial cuidado del bajo. 

De esta forma, así como el disco cuenta con canciones muy old school, también habrá momentos que conecten con los aspectos técnicos que lucieron con tanta fuerza en Conformicide, ahí lo que logran en la pasada por 'Betrayed by technology' + 'Ritual of the mind' (un hermoso tributo a 'Eye of the beholder' + 'Harvester of sorrow' de, otra vez, Metallica) + 'Interface with the infinite' es absolutamente glorioso, mientras que para la recta final la banda ha dejado los temas más extensos, me refiero a las enormes 'Panpsychism' o 'Don't do it', que con sus vueltas estructurales e incluso aventuras acústicas anticipan quizás los caminos que Havok pueda llegar a seguir de ahora en adelante.

Ejecuciones impecables, cariño por el género, ganas de explorar, diversidad en el sonido, un endemoniado David Sánchez en las vocales y una banda que continúa en estado inspirado enmarcan un álbum fascinante en sus detalles y globales. De los buenos discos de metal que habremos oído en este 2020. 

8,5 / 10
Brillante.

domingo, 3 de mayo de 2020

The Black Dahlia Murder: Verminous (2020)

"Necesaria salida a tomar aire..."

La lógica del álbum año por medio suele impedir el que muchas bandas corran riesgos con su sonido, más en el mundo del metal, donde las experimentaciones habitualmente no son bienvenidas por la fanaticada de turno. De ahí que los norteamericanos The black dahlia murder desde 2003 a la fecha vengan siendo fieles a una fórmula bastante regular, con álbumes cada dos años, compuestos por diez temas que rondan la media hora de duración y que en lo musical han abrazado el death melódico como estandarte, con una clara influencia de un clásico del género como At the gates. En esa linea, discos como Abysmal (2015) o Nightbringers (2017) fueron capaces de sonar veloces, brutales y técnicos, dando muestras de una receta que la banda ya maneja a antojo sabiendo sacar buenos resultados de esta, ambos discos estuvieron bien y seguro saciaron la sed de todos quienes buscan en la banda un metal dispuesto a no dejar títere con cabeza, aunque claro, la crítica siempre estará puesta en la falta de diversidad, algo muy común ciertamente en todas las bandas de death técnico. En este sentido, Verminous pareciese que intenta hacerse en parte de dicha crítica, apareciendo como un digno sucesor de los mencionados, entregando al auditor lo que se espera de esta banda pero también saliendo a tomar aire cuando la ocasión así lo amerita. 

Para muestra la partida a cargo de 'Verminous' (la canción), una pieza veloz y eficaz pero a la que han sabido darle un giro instrumental en su minuto final, bajando las revoluciones y alivianando la descarga. Algo similar ocurrirá más adelante con 'Removal of the oaken stake', un tema que deja que se perciba la armonía en compañía de una cabalgata endemoniada del doble pedal (Alan Cassidy, una máquina) pero donde pese a existir velocidad se percibe la intención de dejar que la canción se desenvuelva con calma (no por nada es de las pocas que sobre pasa los cuatro minutos de duración). Entre estas aparecerán dos más clásicas como 'Godlessly' o 'Child of night', que son absoluto desenfreno por lo que el álbum poco a poco irá mostrando sus cartas, matizando el machaque incesante con canciones como 'Sunless empire' o 'How very dead' que controlan un poco más el paso, mientras que en 'The wereworm's feast' sabrán encontrar el equilibrio perfecto entre brutalidad, una ejecución impecable y una estructura que no suena tan obvia como en ocurría en otros álbumes.

Veníamos acostumbrados a canciones de The black dahlia murder que tras un par de redobles se lanzaban rapidamente a la yugular del auditor. En esta ocasión la banda ha sabido bajar un tanto la intensidad sin perder el peso en su sonido, el resultado se agradece e invita a creer que a futuro la agrupación pueda ser capaz de ir saliendo de su zona de confort para enfrentar nuevos desafíos. 

7 / 10
Muy bueno.