CREO QUE LA VIDA NO ES MÁS QUE UN CRUCE DE MÚLTIPLES VARIABLES. SIN EMBARGO, FRENTE A DICHA ALEATORIEDAD, LOS SERES HUMANOS TENEMOS EL PODER CADA DÍA DE CREAR O DESTRUIR. DE ENTREGAR O RETENER.Y ESTE SITIO ESTÁ DEDICADO A TODOS QUIENES HAN OPTADO POR CREAR, SEA DONDE SEA...
Tras el final de Pink floyd, no ha sido particularmente prolífico lo de David Gilmour. El inglés más bien se ha mantenido en giras durante los últimos veinte años, acercándose al estudio cuando le ha parecido tiene algo relevante que mostrar, de ahí que sus discos lleguen a cuenta gotas, aunque por lo mismo son valorados con especial cariño. Dicho lo anterior, tanto On an island (2006) como Rattle that lock (2015) parecen ser discos a los que el paso del tiempo les ha sentado bien, álbumes en general de tono reposado, dueños de una elegancia singular, con uno que otro coqueteo con el rock (ahí tuvimos canciones como 'Take a breath' en el primero o la mismísima 'Rattle that lock' en el segundo). En ese sentido, este reciente Luck and strangeprofundiza en la oscuridad de las atmósferas expresándose sobre aguas aún más calmas, entregando así un conjunto de canciones que transmiten el sentir de un autor que sabe coquetea con la despedida.
Para esta ocasión ha vuelto a colaborar con su esposa Polly Samson (en letras) y ha sumado tanto a Charlie Andrew en producción (quien colaboró con los dos primeros álbumes de Alt-J) como a su hija Romany Gilmour en voces de un par de temas (además del arpa), construyendo un álbum de tonos opacos que responde a la mano de Gilmour y que embriaga desde un comienzo con su nostalgia y solemnidad, de hecho, la Cara A es implacable, abriendo con una clásica y breve introducción instrumental para rápidamente entregarse a una pasada que no concesiona con el auditor, lo tomas o lo dejas. Ahí 'Luck and strange' (la canción) transmite efectivamente lo que es, una especie de jam session mejorada (es un tema original de 1990, de hecho la sesión original completa viene como bonus track en la versión extendida) pero que honestamente no es demasiado lo que nos dice, siendo 'The piper's call' con su bonito tono acústico (y buen coro además) el primer momento del álbum que conmueve. Luego, 'A single spark' centra el interés en el trabajo de percusiones por lo que funciona al cambiar un tanto el tono que traía disco, así como por el solo final de Gilmour, pero no por mucho más. Es un tema que está "bien".
En la segunda parte llegará la delicada 'Between two points', un tema original de The montgolfier brothers que acá aparece en voz de Romany Gilmour y con una intervención final del guitarrista que la eleva respecto a la versión de 2015. Es un momento empapado de melancolía que logra conmover y se conecta bien con el acercamiento al rock de 'Dark and velvet nights'. Finalmente el álbum llegará a su fin yendo nuevamente abajo primero con la bonita 'Sings' y luego mediante 'Scattered', que cierra con otro solo extenso marca de la casa.
Como bonus el guitarrista ha añadido la preciosa 'Yes, I have ghosts', que la conocíamos de 2020 (nuevamente en compañía de su hija en coros) y la mencionada sesión completa original de 'Luck and strange', cerrando un álbum de momentos que no propone demasiados sobresaltos ni momentos de alta intensidad si no más bien un estado de constante tranquilidad propia de un artista de casi ochenta años que sabe a estas alturas no va a venir a reinventar la rueda. Es lo que es y no queda más que agradecer.
¿Canciones? 'The piper's call' y 'Between two points'
Hora de hablar de este neo clásico en toda regla. Pero antes, un contexto: ¿Dónde estaba Green day hacia 2004? La banda había explotado en fama diez años atrás gracias a Dookie (1994) y habían estirado la fórmula con buenas armas mediante la pasada Insomniac (1995) + Nimrod (1997), sin embargo, el fin de siglo les atrapaba en un callejón sin salida. Llegaba el momento en que el trío debía de alguna manera salir de ahí o comenzar a repetirse hasta el hartazgo (¿aló?, ¿The offspring?). En medio de aquella búsqueda fue que llegó un bicho raro como Warning (2000), con el que lograron meter un par de hits aunque el tono acústico del álbum no acabó de gustar por lo que la respuesta en general fue tibia. Aquel disco representó eso si un tanque de oxigeno para la banda, entregándoles tiempo para pensar bien la siguiente jugada, a estas alturas un todo o nada para Green day: re impulsaban su carrera o sencillamente se hundían en el olvido.
La historia, sin embargo, a veces se escribe de manera curiosa e imprevista. La banda se reúne en 2003 para grabar un nuevo álbum (Cigarettes and valentines se iba a titular) pero aquellos demos les son robados ante lo cual deciden retomar el trabajo pero desde cero, y quien diría que de aquellas nuevas sesiones acabaría surgiendo el álbum más popular en la carrera de Green day, uno que les permitió conectar con una nueva generación alargando su historia incluso a día de hoy. Todo esto gracias a un disco de corte conceptual que en cierto modo conectó con el sentir de la juventud de los Estados Unidos post 11/9/01, un disco de guitarras compuesto por un conjunto de canciones con un enfoque meloso (es un gran disco de pop, que duda cabe) pero que al mismo tiempo transmite un sentir rabioso y hasta cierto punto cuestionador, esto en el marco del sonido punk/melódico clásico de Green day aunque con uno que otro arranque estructural inédito en la carrera de la banda además de momentos marcadamente emocionales.
El caso es que basta darle play al álbum para comprender el éxito de este. Suena 'American idiot' (el mejor single de la banda desde 'Basket case') y el asunto de inmediato transmite el empuje que el disco necesitaba, de la mano de un mensaje potente y directo ("No quiero ser un idiota americano / No quiero una nación controlada por los nuevos medios / ¿Puedes oír el sonido de la histeria? / El subliminal 'jodementes' americano..."). Algo que además fue complementado con un videazo que acertó también desde el aspecto visual, con una banda encontrando una estética al exacerbar el negro/rojo que a Billie Joe Armstrong tanto le gustó desde los inicios de Green day (que hacía sentido además con los colores de la portada del álbum). En definitiva, todo sumó y desde la partida confabuló para el éxito.
Desde lo musical, sin embargo, el disco también avanzará dando pasos gigantes. De segunda te encajan una monumental 'Jesus of suburbia', nueve minutos en donde la banda conecta varias cancioncitas de manera magistral con una fluidez que no puede si no maravillar, o sea, lo que hacen en la pieza post 3:44 y ese "I don't care if you don't ! I don't care if you don't care!" debe ser el momento más brillante en toda la discografía de Green day así como en la recta final Billie Joe Armstrong está estupendo verbalizando el desencanto de muchos/as hacia la política de aquel entonces ("Vivir y no respirar es morir en una tragedia / Correr, correr lejos para encontrar lo que crees / Y dejar atrás este huracán de jodidas mentiras...") .Y por si los casi veinte minutos iniciales te parecieron poco, sonarán a continuación las joyas de la corona del álbum, primero la enorme 'Holiday' y esa crítica ácida a la guerra que el gobierno de George W. Bush había declarado a Medio Oriente ("Oigan el sonido de la lluvia / Cayendo como un Armagedón de llamas / La vergüenza de aquellos que murieron sin un nombre..."), y luego la tremenda 'Boulevard of broken dreams', el primer momento marcadamente emocional en el álbum.
Dada la intensidad que el álbum traía viene muy bien la calma que propone 'Are we the waiting' con sus aires de himno aunque rápidamente el álbum acelerará a fondo con 'St. Jimmy', cerrando así una Cara A impecable desde todo punto de vista.
Por lo mismo, si hubiese que encontrarle un importante defecto a este American idiot de Green day es que su segunda parte, sin ser un desastre, no logra sostenerse tan arriba respecto como la primera. La pasada por 'Give me novacaine' + 'She's a rebel' + 'Extraordinary girl' suena absolutamente de manual y las canciones resultan tan triviales como olvidables, lo mismo con la melosa 'Wake me up when september ends', un tema que en lo personal siempre me ha resultado desagradable (por lo repetitiva, exageradamente sentimental y los aires a canción de cuna que tiene) aunque con igual énfasis debo reconocer que resume de buena forma el objetivo temático del disco.
De hecho, de toda la Cara B del disco solo resulta destacable el subidón que entrega 'Letterbomb', con la que efectivamente sentimos que el espíritu del disco regresa, así como los nueve ambiciosos minutos de 'Homecoming'. Es más, si American idiot hubiese estado compuesta por las primeras seis + estas dos mencionadas y cerrando luego de manera sobria con 'Whatsername', estaríamos seguro hablando de una obra maestra de proporciones. No fue así, sin embargo, por lo que el disco deja claramente esa sensación de ir de más a menos con una primera mitad incontestable y una segunda que no consigue sostener el nivel, a la que le sobran al menos veinte minutos. Tal cual.
Aún así, con sus peros, American idiot continúa siendo un gran disco. Por primera vez en su carrera Green day osaron escapar de sus temáticas adolescentes clásicas para meterse en temas políticos, de los que salen bien parados gracias a una producción impecable (de la mano del su insigne colaborador Rob Cavallo) y un puñado de canciones efectivas y consistentes. Con este álbum eso si la banda se vuelve seria y adulta, línea que intentarían confirmar unos años más tarde en el fallido 21st century breakdown (2009) para luego hartarse de todo e intentar retomar la ligereza en el tridente ¡Uno! ¡Dos! ¡Tré! (2012), aunque bueno, de aquello escribiré en unos años más si es que la vida me acompaña.
¿Canciones? 'American idiot', 'Jesus of suburbia', 'Holiday' y 'St. Jimmy'.
Y treinta años después... la cruda realidad, la cual habla de una última década flojísima para The offspring, quienes ya van para quince años sin publicar un álbum que nos diga "algo", lo que sea, pero algo. Y si, que Rise and fall, rage and grace (2008) fue un disco tremendamente desequilibrado pero algo que nadie puede negar es que su Cara A se come con papas fritas a todo lo que han grabado desde entonces, lo cual comprende álbumes tan mediocres e intrascendentes como Days go by (2012) y Let the bad times roll (2021). Y quien esperaba que este Supercharged (con Bob Rock en producción eh?) el asunto retomase dirección pues que siga esperando, que no. Ya la sola portada te hablaba de una jugarreta liviana y eso es lo que nos entregan, un conjunto que apuesta por sonar divertido (?) y que en media hora posee una única pretensión: pasar el rato.
Y puede que consigan el objetivo en unas cuantas que siendo generosos, se dejan oír, y seguro en sus conciertos funcionarán (que tampoco vamos a descubrir la pólvora a estas alturas). Me refiero a la tríada inicial armada por 'Looking out for #1', 'Light is up' y la enésima versión de 'The kids aren't all right', acá titulada 'The fall guy', es decir, canciones veloces, efectivas y que van en busca del coro pop para estadios. En la misma línea más adelante se moverán cosas como 'Truth in fiction', 'Get some' o la juguetona 'Come to Brazil', con ese cierre que incorpora el clásico "Ole ole ole ole..!" del público latino, lo cual arma una estructura en general regular aunque no por esto particularmente inspirada.
Ahora, cuando definitivamente tomamos distancia es con 'Make it all right', donde ocurre lo increíble: ¡imitan a Blink 182! Así como se lee. Van en busca de los arreglos más facilones posibles, los "para pa-pa-ra! para pa-pa-ra!" de turno y construyen una canción no solo mala... es que roza lo patético, lo cual resulta triste considerando que hablamos de una banda con cuarenta años de historia pero, ¿dónde está la experiencia? ¿así pretenden imponer términos? Y lo mismo con 'Ok, but this is the last time', olvidable desde su primer acorde.
Nos quedamos así con otro disco que suma poco. Canciones ágiles pero desechables de la mano de un filtradísimo Dexter Holland, que bajo todas esas capas intenta ocultar el inevitable desgaste del paso del tiempo que no sería nada si la música tuviese algo de recordable, pero no es así.
Los noventa fueron una maravilla, al menos desde el punto de vista musical, y haberlos vivido fue un privilegio. Ahora, 1994 fue particularmente un año crucial. La industria estallaba por todos lados, el pop se lo disputaban el eurodance y el hip hop, mientras que el rock se debatía entre el grunge y el industrial. Y si bien en aquel año publicaban álbumes importantes los Stone temple pilots (Purple), Pearl jam (Vitalogy) y Nine inch nails (The downward spiral), en paralelo el recambio comenzaba a fraguarse con la muerte de Kurt Cobain, el debut de Korn (que daba puntapié inicial al exitoso nu metal) y el éxito en el mundo del "punk pop" de bandas como Green day y The offspring, ambas puntales en un estilo que años más tarde decantaría/involucionaría en bandas como Blink 182 o Sum 41. En el caso de los liderados por Dexter Holland, si bien estos habían debutado en 1989 y confirmado buenas sensaciones mediante Ignition (1992), fue definitivamente con Smash donde supieron dar con la tecla precisa en base a un sonido que toma como evidente referente a Bad religion aunque acercando las canciones a las masas entre coros pegajosos, una vibra muy juvenil + hitazos absolutamente incontestables.
No por nada cuando le das play al álbum suena una voz en estéreo que nos invita a relajarnos y disfrutar, seguida de algo como 'Nitro (youth energy)', marcada por sus acelerados riffs, una producción limpia, las características altas vocalizaciones de Dexter Holland y una letra que nos invita a vivir el momento. En adelante, esta fórmula que insistirá en la velocidad se reiterará con fuerza, tanto en la pasada por 'Genocide' + 'Something to believe in' como 'It'll be a long time' + 'Killboy powerhead', aunque entre estas algo de aspereza percibiremos en 'Bad habit', con seguridad el tema más atrevido del álbum en términos de arreglos con esa impecable introducción de bajo, y 'Gotta get away', canciones que en cierto modo equilibran al disco bajando un tanto las revoluciones.
Las joyas de la corona, sin embargo, estarán puestas en el nudo y recta final del álbum. Sonarán acá verdaderos himnos noventeros, primero 'Come out and play' con esas míticas baquetas que golpean y anteceden aquel "You gotta keep'em separated" que abre los fuegos y volverá a aparecer en cada coro (en una canción que realiza referencia a la violencia existente en las escuelas), luego una divertidamente patética 'Self esteem' (con una apertura que parece coro de borrachos) que abordará una relación tóxica en voz de un tipo que acepta ser pisoteado ("Si, sé que me utiliza / Está bien porque disfruto el abuso / Sé que ella juega conmigo / Está bien porque no tengo auto estima...") y hacia el cierre la curiosa 'What happened to you', una especie de reggae acelerado referido a una amistad que se está perdiendo en el mundo de las adicciones. Tras esta última ciertamente el álbum transmite el haber entregado lo que podía, limitándose a cerrar con el clásico relleno de rigor que conseguirá que el disco supere los cuarenta minutos de duración (debió ser más corto, que duda cabe).
Las temáticas serán diversas en este Smash, así como los arreglos simples, encontrando principal mérito en el como The offspring fueron capaces de tocar asuntos serios en un tono liviano, sonando siempre contagiosos y dueños de una juventud que desborda todo el tiempo el álbum. En adelante la banda acabaría presa de su propio estilo, siendo incapaces de dar un paso cualitativo hacia el frente (lo intentaron quizás con Ixnay on the hombre unos años más tarde), lo cual inevitablemente desembocaría en una discografía que tendió decaer disco tras disco. Como sea, el de 1994 quedará enmarcado siempre como uno de los fenómenos noventeros más relevantes y ciertamente uno de esos álbumes que ayudó a cambiar (para bien y para mal) el rumbo de la década.
¿Canciones? 'Nitro (youth energy)', 'Bad habit', 'Come out and play' y "Self esteem'.
Desde siempre Blood incantation fue una banda que lució distinta dentro de la escena metalera. Y si bien el sonido de sus dos primeros discos poseía la crudeza y bestialidad propia de los géneros que intentaban abordar (un death técnico y progresivo fascinante), existían pinceladas puestas astutamente en el camino que invitaban a pensar que los estadounidenses podrían hacerle el quite a lo obvio, asunto que se confirmó con la llegada en 2022 de Timewave zero, un curioso álbum instrumental decididamente cargado al ambient y a unos sonidos espaciales que se alejaban por completo del metal. La duda quedó por tanto instalada: ¿insistiría la banda a futuro en este camino o la aventura quedaría enmarcada unicamente como un loco experimento? Lo cierto es que oyendo este nuevo Absolute elsewhere aquel disco de 2022 recobra mayor sentido, pues si dos años atrás Blood incantation declaraban influencias, en este 2024 confirman la intención de expandir su sonido, complementando su death técnico con sonidos claramente influenciados por aquellos próceres del progresivo psicodélico y atmosférico setentero.
El disco estará compuesto por tanto por dos caras, 'The stargate' + 'The message', que plantearán un verdadero viaje cuyo eje central será efectivamente el metal pero con una banda se dará el gusto en ciertos pasajes para salir de ahí y retrotraer el sonido hacia varias décadas atrás (esto en compañía en producción de Arthur Rizk). En este sentido, 'The stargate (Tablet I)' funciona como una perfecta declaración de intenciones respecto a lo que oiremos en el resto del álbum, abriendo de manera afilada y furiosa para a los dos minutos cortar este sonido con una sección sensible y atmosférica marcada por teclados en un inicio y guitarras luego (Pink floyd muy presente acá) para luego retomar el metal y cerrar con tres minutos que tienden al caos. La jugada es notable aunque seguro habrá quienes la critiquen por sonar algo "forzada" al meter esa sección media que poco tiene que ver con el resto del tema. Pero bueno, es la apuesta de la banda y tenían que probar que tal fluía la mixtura. Ciertamente mal no ha quedado aunque todo andará bastante mejor en medida que el disco avance.
En 'The stargate (Tablet II)' funcionan al revés, es decir, van desde lo absolutamente psicodélico (colaborando con Thorsten Quaeschning de Tangerine dream) hacia el metal que encuentran en el minuto final, conectando esto de manera impecable con el 'Tablet III', donde incluso incorporan arreglos orientales a medio tema. De igual forma, la Cara B del disco abrirá y cerrará con secciones cargadas al metal, matizando con un 'The message (Tablet II)' que parece interpretada por el mismísimo David Gilmour y toma trazos casi textuales de la era Animals de Pink Floyd (incluso meten esos diálogos característicos bajo las cuerdas).
En definitiva, Blood incantation sorprenden y nos entregan un álbum contundente, siempre atractivo, ameno y ciertamente interesante. Sin lugar a dudas el disco conceptual del año. Ahora, si bien la banda vuelve a agregar otro álbum brillante a su lista (y ya van...), tampoco por esto hay que moverse a engaño, que lo que acá han generado no ha sido más que un sabroso diálogo entre el death que varias leyendas trabajaron por allá por los años noventa con el progresivo atmosférico setentero. Esto tampoco les resta mérito, que han querido precisamente ir ahí y vaya que han triunfado. Esto no es Hidden history of the human race (2019), un disco que no para de crecer con el paso del tiempo, por lo que puede que muchos hayan quedado gusto a poco en términos de brutalidad del sonido, ahora, en ningún caso alguien podría declararse engañado por el camino que la banda ha tomado, que ellos mismos nos advirtieron tiempo atrás que no eran una banda cualquiera...
¿Canciones? Imposible mencionar una, el disco funciona como un todo.
Hay bandas decididas a mantenerse fieles a un determinado estilo, sin sorpresas ni experimentos, como es el caso de Undeath. Los estadounidenses continúan en la lógica del álbum cada dos años (lo cual tampoco entrega demasiado espacio a la innovación, digámoslo) y llegan a nosotros en este 2024 con un breve (solo treinta y tres minutos), directo y afilado More insane, el cual insiste en fórmulas que la banda trabajó en sus dos primeros álbumes, es decir, un death de manual (muy influenciado por el sonido de clásicos como Cannibal corpse), oscuro y violento, ejecutado de manera impecable. Y pese a que en el papel no hay muchas diferencias entre este y cualquiera de los dos primeros álbumes de la banda, existe un elemento digno de mencionar y destacar: la producción, muchísimo más limpia y cristalina respecto a los antecesores. Lo cual suma muchísimo en este caso.
De esta manera, el sonido que propone More insane suena nítido y potente a la vez, abriendo los fuegos con dinámica y velocidad mediante 'Dead from beyond' seguida de 'More insane' (la canción), donde la batería de Matt Browning comienza a ser protagonista con sus constantes redobles sumados a unos riffs llenos de peso que corren por cuenta de Kyle Beam. Las canciones serán breves, dos a tres minutos todas, acelerando con fuerza en 'Brandish the blade' + 'Disputable malignancy', aunque siempre encontrando momentos para hacer la pausa, detenerse a tomar aire y continuar con la descarga, para luego entregarse al groovepesadísimo en 'Sutured for war' o 'Cramped caskets (necrology)', continuando con una lista que no entrega respiro y donde quizás la única excepción sea marcada por los juguetones fraseos de 'Disattachment of a prophylactic in the brain', sin embargo, el disco en general durante media hora se dispone a abrirte el craneo, tal como muestra esa notable portada, realizada por el mismísimo Matt Browning.
El tercer disco de Undeath peca de reiterativo quizás, efectivamente no se propone jamás reinventar algo sino más bien entregarte un disco de death afilado, efectivo, bien producido y ejecutado con precisión. Ciertamente mientras el nivel se mantenga acá, quejas no habrán.
Fue a comienzos de siglo cuando emergió una ola de bandas post rock, siendo God is an astronaut una de las que rápidamente se subió a aquel carro, es decir, los irlandeses llevan un buen rato en esto, navegando en un género que parece haber encontrado su tope creativo hace bastantes años pero que de todas formas continúa cada cierto tiempo lanzando uno que otro coletazo. Y si bien en sus comienzos la banda se hacía cargo de arreglos cercanos a la electrónica (para muestra, The end of the beginning de 2002), rápidamente mediante All is violent, all if bright (2005) y el posterior Far from refuge (2007) giraron hacia algo bastante más oscuro y melancólico con atmósferas marcadas por las guitarras. En aquel camino un disco como Ghost tapes #10 (2021) lució más bien como una excepción a la regla, un disco que apostó por un sonido estridente y punzante que al parecer quedará marcado como una mera anécdota pues en este Embers la banda ha vuelto a bajar varios cambios, retomando las construcciones en calma y las atmósferas contenidas. Quitan por tanto el pie del acelerador esta vez en busca de piezas que tienden a abrir en total tranquilidad para lentamente ir ganando intensidad, aunque siempre en un contexto de excesivo (auto) control. Por lo mismo, el principal problema que asoma en el disco es la falta de impacto.
Nos encontramos así con una que otra canción "de guitarras", donde colocan énfasis en el trabajo de batería para poco a poco ir incorporando momentos de peso, como ocurre en 'Apparition', 'Odyssey' o en los sesudos casi diez minutos de 'Embers' (la canción), momentos que serán matizados con otros altos en melancolía estilo 'Falling leaves' o 'Heart of roots', sin embargo, ya sea entre cuerdas, un piano o apostando por el progresivo, el nexo común a lo largo del álbum será lo contenido que suena todo, al punto de que llegamos a los veinte minutos finales, entre cosas como 'Realms' o 'Prism' (que son unas especies de interludios realmente eternos en compañía una vez más de la chelista Jo Quail) o ese cierre con 'Hourglass', realmente con muy poco interés y la sensación de que el disco suena a paso atrás por todos lados, sobre todo haciendo la comparación con lo que fue Ghost tapes #10.
Las ejecuciones son prolijas, la producción impecable y las composiciones en ningún caso están mal pero la falta de fuerza, de momentos que atrapen, hacen que Embers luzca pálido y poco interesante. Una pena.
Fue por allá en 2017 cuando los noruegos de Leprous dieron unos primeros pasos hacia el "endulzamiento" de su sonido mediante un álbum como Malina. En ese entonces la banda tanteó terreno al alejarse metal progresivo característico de sus primeros trabajos pero de todas formas lograron sonar contundentes y desafiantes, a diferencia de lo que ocurrió en los sucesores Pitfalls (2019) + Aphelion (2021), dos discos que sin ser malos discos mostraron una faceta exageradamente domesticada y melosa, que marcó demasiadas distancias con aquel sonido avasallador que les conocimos una década atrás tanto en Bilateral (2011) como en el colosal Coal (2013).
¿Y este Melodies of atonement por donde va? ¿Recula o profundiza? A juzgar por el resultado pareciese que Leprous han insinuado una especie de regreso, aún bastante lejos del metal pero incorporando cierto peso (en los coros al menos) en canciones como ‘Silently walking alone’, con esos tiempos cortados (marca de la casa a estas alturas) o ‘Like a sunset ship’, donde Einar Solberg suelta uno que otro gutural aportando un elemento distintivo y atractivo al tema. Ahora, verdad sea dicha, el regreso acaba siendo bastante tímido pues el resto del álbum reincide en esas estructuras por lo general monótonas que abren en calma, con Einar susurrando mientras la banda parece contemplarlo, para luego desatar algún tipo de explosión en puentes y coros. Ocurre en temas como ‘Atonement’ o‘My spector’, donde cambian los riffs y acordes pero la
intención parece ser la misma. Por lo mismo, cuando llegamos a ‘I hear the
sirens’ el truco ya parece tan visto que el disco entra en un letargo del que
salvo contados momentos no saldrá.
De todas formas en esa línea hay cosas que si funcionan y suenan interesantes, ahí tienes ese acercamiento al funk en las estrofas de 'Limbo' que impactarán con arreglos de mayor peso pero en general el trabajo pareciese jamás despegar (para muestra, un botón: los eternos seis minutos y medio de 'Faceless') con una banda que insiste sobre un camino valiente y digno (que lo más fácil sería darle a los fans lo que quieren oír) pero que no conmueve y menos impacta.
Quienes continúen acá en busca de la banda que tocó nuestros corazones años atrás tendrán que seguir esperando o derechamente renunciar a la esperanza, que estos noruegos continúan inmersos en un espiral del que parece no quieren/pueden salir.
¿Canciones? 'Silent walking alone', 'Like a sunken ship' y 'Limbo'.
Por más de una década fue que Nile se mantuvieron fieles a una línea: un brutal death metal empapado de la imaginería egipcia, esa que tanto le ha interesado siempre a Karl Sanders. En ese camino habrá quienes se queden con sus primeros álbumes o los que consideren que la banda tocó techo en discos como Annihilation of the wicked (2005) o Those whom the gods detest (2009) para luego haberse estancado en el nivel. El caso es que a estos les siguió un controvertido At the gate of Sethu (2012), uno al que personalmente le guardo bastante cariño precisamente por lo diferente (aunque le critico la lamentable producción), pero es cierto que desde entonces la banda se ha dedicado únicamente a replicar una fórmula, confirmando la idea de que Nile ya dijo aquello que tenía por decir dentro de la escena. Tampoco han ayudado los constantes cambios de formación, esos que mantienen a Sanders como único miembro fundador y a George Kollias como baterista colaborador desde 2004. Los demás, sin embargo, son solo músicos de apoyo. Ahora, con todo, al haberse tomado cinco años de descanso en esta ocasión inevitablemente uno habría esperado algo un poquito más llamativo que este The underworld awaits us all, en ningún caso un mal disco pero si uno replica para bien y para mal la línea musical del sólido Vile nilotic rises (2019).
Si te gusta el machaque incesante con esa garganta del buen Karl siempre al límite, sumado a la batería salvaje de Kollias, que decir, este décimo álbum de Nile seguro va a satisfacer tus necesidades, porque aquí los condimentos están: un trabajo en constante velocidad y una banda que se ha propuesto una vez más colocar toda su brutalidad al servicio de quien oye. Los "problemas" (que ya se los quisieran otros, claro...), sin embargo, aparecerán al hilar más fino. Primero en lo ya mencionado, la ausencia total de sorpresa en el sonido. Dicho en simple: toma cualquier disco previo de Nile y tienes esto mismo. Y lo segundo: la monotonía. Que cuando la banda acelera pareciese estar tocando siempre la misma canción entre redobles y blast beats incesantes, fraseos guturales y riffs marca de la casa, y cuando bajan un cambio no parecieran dar con la tecla.
La banda intenta meterle complejidad a esto, abriendo con más de seis minutos en 'Stelae of vultures' pero es inevitable a los cuatro ya sentir que simplemente dan vueltas entre piruetas que son solo efectismo. Y en adelante, lo de siempre, canciones veloces que intercalan chillidos con esos guturales profundos y tan característicos en Nile. Ahí, cada cual tendrá su favorita, yo me quedo con la demoledora 'Overloads of the black earth' y esos corales a medio tema que antecederán un parón seguido de esa recta final afiladísima, así como en 'Doctrine of last things' agradecemos el que la banda desacelere un tanto, que respire para centrarse en el filo del tema y no tanto en la velocidad. Por ahí también intenta ir 'True gods of the desert' aunque esta les ha quedado realmente eterna, lo mismo que 'The underworld awaits us all', para finalmente cerrar con el instrumental 'Lament for the destruction of time', que muestra un grado de experimentación hacia su cierre aunque deja la sensación de que no han sabido como acabarla.
Parece evidente el percibir que Karl Sanders siente la presión con cada álbum de Nile de estar a una determinada altura. Los discos extensos (más allá de lo necesario) que intercalan canciones ultra veloces y feroces con medios tiempos que apuestan por el peso vienen siendo recurrentes desde hace bastante. Ahí, el nivel es más que aceptable pero no genera consenso debido a la reiteración de ideas. No pasa nada de todas formas, que es normal que las bandas tengan una gran década inicial para luego comenzar simplemente a repetir el plato.
¿Canciones? 'Overloads of the black earth' y 'Doctrine of last things'.
"Un shot de mal rollo, angustia y desesperación..."
El mundo de la música no está dando como para sostener a los artistas. De ahí el que Todd Jones se plantease el terminar con Nails y, dicho en simple, dedicarse a otra cosa, esto incluso a pesar de la buena recepción obtenida por el sólido You will never be one of us (2016). Debido a esto es que tuvieron que pasar ocho largos años para que el vocalista se animase a re armar una banda, con Carlos Cruz en batería (junto a quien ha compuesto todas estas canciones) y un par de músicos de soporte para regresar con este Every bridge burning, disco que responde plenamente a los estándares de lo que siempre ha sido Nails: un shot de mal rollo, angustia y desesperación.
El disco está producido por Kurt Ballou (guitarrista de Converge y productor del álbum debut de Kvelertak o el Forever de Code orange, entre otros) y como era de esperar tira por donde esperábamos que fuese, es decir, solo diez canciones, todas breves (tan solo diecisiete minutos dura el disco) y que funcionan como un golpe directo al mentón del auditor en base a ese sonido siempre violento cargado al grindcore con tintes death, esto en medio de relatos que abordan a un personaje criminal y dañino que justifica sus comportamientos basado al abandono y maltrato sufrido por parte de la sociedad.
De esta forma, encontramos agresividad y velocidad en un tridente inicial que adopta la angustia, venganza y el nulo remordimiento como temáticas en 'Imposible will' ("No conozco otro camino / Se que no tengo un lugar / Así que dame fuerzas para causarles dolor...") + 'Punishment map' ("Hacerte sentir lo que me hicieron sentir / La culpa y vergüenza / El dolor es tan real...") + 'Every bridge burning', para luego rogar por calma en 'Give me the painkiller' ("Harto de vivir, reacio a morir / He sido odiado toda mi vida / Golpeado y roto mi mundo se vino abajo / Mis manos están vacías pero aún tengo corazón"). Aparecerán más adelante momentos absolutamente histéricos en 'Made up in your mind' así como bajadas de revoluciones que apuntan a un sonido algo más denso en 'Lacking the ability to process empathy', armando un conjunto que muestra total consonancia entre aquello que relatan las líricas y el sonido que la banda expresa.
Llagando a la recta final, 'Dehumanized' será otro palazo sin segundo de tregua mientras que el plato fuerte llegará primero mediante el grito de alerta que es 'I can't turn it off' ("He dicho que soy una persona terrible / Un trozo de mierda / No hay nadie peor / No es mi problema en absoluto / No quiero detenerme...") y luego con todo el peso de 'No more river to cross', cerrando un trabajo que en lo suyo funciona a la perfección. Puede que a estas alturas la propuesta de Nails haya perdido cierto factor sorpresa pues desde un comienzo tenemos claro por donde irán los tiros y el álbum efectivamente nos entrega lo que pedimos, ahora, mientras el resultado continúe siendo este, se agradecen todos los esfuerzos de Todd Jones por mantener el busque a flote.
¿Canciones? 'Give me the painkiller' 'Made up in your mind', y 'I can't turn it off'.
El siempre complejo tercer disco. Tras dos batacazos como fueron el debut de 1999 y el enorme Iowa (2001), había que ver por donde Slipknot trazaban líneas. ¿Más de lo mismo? ¿Reinvención? ¿Una pasada algo más comercial? ¿Un poco de todo? Lo cierto es que era complejo insistir en el salvajismo del sonido expuesto en 1999/2001 sin repetir el plato con descaro, pero por otro lado la banda necesitaba de alguna forma volver a impactar el mercado (al cual ya habían entrado de lleno, digámoslo) y convertirse definitivamente en un "cabeza de cartel" en los festivales.
¿Cómo lograr esto sin perder su esencia marcada por la ira y violencia del sonido?. El desafío estaba instalado. De ahí la decisión de cambiar de productor, soltar a Ross Robinson para trabajar esta vez con Rick Rubin, esto seguramente en la búsqueda de alguien capaz de sacar a flote facetas del sonido de Slipknot no necesariamente ligadas al nu metal, esto además en el contexto de un género que para 2004 mostraba evidentes señales de agotamiento. En dicho sentido, este Vol 3: The subliminal verses es un álbum absolutamente marcado por su contexto. La banda debía congeniar una búsqueda musical con el espiral auto destructivo que continuaban viviendo sus integrantes en la interna, lo cual volvía particularmente compleja la tarea. Dado lo anterior, acabó siendo una especie de popurrí de momentos.
Tenemos acá canciones que replican el "modelo Slipknot" de álbumes anteriores, como 'The blister exist', 'Three nil', 'Opium of the people', 'Welcome' o 'Pulse of the maggots' (donde incluso intentan meter un inédito solo de guitarra), todas piezas marcadas por la velocidad y versatilidad de Joey Jordison en batería, la guitarra de Mick Thomson (más grave que lo habitual en este álbum) y, por supuesto, los trabalenguas de Corey Taylor. Estas no están mal pero sinceramente no dan con el punto, fuera de que a todas les pesa el que a estas alturas Slipknot comienza a competir (y a perder) contra si mismos. Dicho en simple: para ir a este tipo de canciones ya está el homónimo + Iowa, por lo que la sensación de que la banda comienza a repetirse y dar vueltas es evidente, y ojo que este fenómeno es uno que acabó perpetuándose en la carrera de la banda con el correr de los años.
Dichas pasadas directas son amenizadas a lo largo del álbum por pasadas más comerciales de coros reconocibles pero que también meten mano a fórmulas que la banda ya había trabajado. Me refiero a 'Duality' (un refrito de 'Left behing' de Iowa), 'Before I forget' (que emula en su partida el riff genérico de 'Loco' de sus pares generacionales Coal chamber) o 'Vermillion', las dos primeras transformadas a día de hoy en joyas de la corona para la banda (y que en cierto modo salvaron a este disco del completo olvido). A estas se sumarán cosas que definitivamente exploran fuera de la caja, como los momentos acústicos de 'Circle' o 'Vermillion, pt.2', que más allá de si gustan más o menos, lucen completamente fuera de contexto acá, esto a diferencia de la partida del disco a cargo de 'Prelude 3.0', la mejor apertura de un disco en la carrera de Slipknoty una que efectivamente funciona debido a las atmósferas oscuras e inmersivas que propone. Ojalá el disco hubiese tenido más de esto pues es realmente el único momento en donde la banda parece dar con la tecla. Ahora, del cierre con 'The virus of life' + 'Danger-keep away' mejor ni hablar, experimentos completamente olvidables.
A veinte años de distancia, Vol 3: The subliminal verses asoma como el comienzo del fin para Slipknot, digamos, en materia creativa pues sabemos que comercialmente efectivamente lograron transformarse en un cabeza de cartel. El disco metió un par de singles exitosos (que incluso a día de hoy figuran como las canciones más reproducidas de la banda en plataformas de streaming) y gracias a ello quizás hablamos del álbum décadas después, sin embargo, obviando esto, el trabajo fracasó en la tarea de mostrar una reconversión por parte de la banda. No es un desastre pero es poco lo realmente fresco e interesante que dejó y representa un bajón importante respecto a sus antecesores. Algo de terreno recuperarían en el futuro All hope is gone (2008), pero bueno, aquello será materia de futura discusión. En 2028 si es que la vida me acompaña...
¿Canciones? 'Prelude 3.0', 'Duality' y 'Before I forget'.
Un Gobierno Que NO Escucha...
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*“... y no aprende” *
La nula capacidad de escucha del gobierno de *Sebastián Piñera *quedó
retratada a pocos días de haberse iniciado la crisis que vivim...