CREO QUE LA VIDA NO ES MÁS QUE UN CRUCE DE MÚLTIPLES VARIABLES. SIN EMBARGO, FRENTE A DICHA ALEATORIEDAD, LOS SERES HUMANOS TENEMOS EL PODER CADA DÍA DE CREAR O DESTRUIR. DE ENTREGAR O RETENER.Y ESTE SITIO ESTÁ DEDICADO A TODOS QUIENES HAN OPTADO POR CREAR, SEA DONDE SEA...
Soy el primero en aplaudir una declaración tan políticamente incorrecta como la que lanzó Brett Anderson semanas atrás a propósito de la publicación de este Antidepressants. "Estoy convencido de que ninguna banda de nuestra generación continúa publicando álbumes tan significativos como los nuestros" - ha dicho. Y no puedo estar más de acuerdo con él. Es que en tiempos donde el rock ha perdido prácticamente todo su arraigo popular y lo que genera dinero es la nostalgia por la nostalgia (aló, ¿Oasis?), tiene valor el que Suede se hayan marginado de todo aquello abrazando un camino propio a partir de su regreso en 2013. En la ruta quedó un correcto álbum como Bloodsports seguido de los dramáticos Night thoughts (2016) + The blue hour (2018), sin embargo, lo que nadie seguramente vio venir fue el que la banda decidiese enfocarse en adelante en una arista tan personal, visceral y cruda como la que han mostrado tanto en el excelente Autofiction (2022) como en este nuevo lanzamiento, dos álbumes absolutamente hermanados en cuanto a temáticas y sonido.
El paso hace total sentido, sin embargo. Luce genuino. Los años pasan por lo que emular los inicios de la banda sería un absurdo. La voz de Anderson tampoco es la misma, le cuestan los agudos y parte de su textura inevitablemente se ha quedado en el camino. Por lo mismo, un sonido árido, directo, golpeado saca mejor partido a lo que pueden ser hoy, esto enmarcado en líricas reflexivas que se refieren constantemente al paso del tiempo y la necesidad de vivir el presente a todo lo que da.
Yendo a la música propiamente tal, lo que Suede presentan acá es efectivamente una continuación del sonido post punk presentado en Autofiction. Una colección de canciones por sobre todo regulares en un álbum que se deja oír sin problemas durante cuarenta minutos que no presentan punto bajo. En dicho viaje el combo guitarras + batería + voz funciona de maravillas, encajando una tríada como 'Disintegrate' + Dancing with the europeans' + 'Antidepressants' que seguro funcionará perfecto en los conciertos de la banda, para luego continuar regalando coros exquisitos (´Sweet kid' o 'Trance state') y energía a destajo ('The sound and the summer' o 'Broken music for broken people'), todo esto matizado con una balada como 'June rain' o un par de momentos muy dramáticos inteligentemente puestos en el nudo y final del álbum, como 'Somewhere between an atom and a state' o 'Life is endless, life is a moment', en las cuales Brett nos vuelve a gritar la necesidad de entregarse a la vida.
No cabe duda el que Suede ha vivido un verdadero renacer durante estos últimos doce años de existencia. Han sabido ahí reformularse como agrupación en la búsqueda de un sonido que se ajuste a la madurez que expresan en sus mensajes. Disco a disco continúan regalándonos pasajes que desafían el paso del tiempo, se les oye absolutamente vivos y aquello no puede si no emocionar. Benditos sean por eso...
¿Canciones? 'Disintegrate', 'Dancing with the europeans', 'Life is endless, life is a moment'.
Los noventeros tuvimos a Green day o The offspring como referentes de ese punk pop jovial de buen rollo, y bueno, los dosmileros seguro tuvieron (y siguen teniendo) a The hives, quienes disco a disco continúan proponiéndose el entregar un rock de garage directo y juvenil (no avanza el tiempo para ellos claramente) dispuesto a funcionar en sus conciertos y en tus oídos transformarse en un verdadero shot de adrenalina. No hay muchas novedades por tanto en un álbum que llega tan solo dos años después del correcto The death of Randy Fitzsimmons (2023) y tampoco es que las esperásemos, sabemos muy bien por donde van los suecos y ellos continúan limitándose a aquello.
A destacar eso si la producción de este álbum, que sabe sabido sacar buen provecho a las sucias guitarras de la banda sin sonar tarriento entre un conjunto de canciones llenas de dinámicas como 'Enough is enough', la hiper veloz 'Hooray hooray hooray', ese momento en que se disfrazan de los primeros ACDC (era Bon Scott) para hacer algo como 'Bad call' o una pasada más punketa en 'Paint a picture' + 'O.C.D.O.D'. Por supuesto que en medida que estas once canciones (+ dos interludios) se sucedan inevitablemente el álbum irá perdiendo sorpresa de la mano de un sonido que toma como absoluta referencia a los Ramones (ese cierre con 'The hives forever forever The hives' no puede ser más juguetón), sin embargo, de todas formas en la segunda parte cositas como 'They can't hear the music' vaya que alimentan la vida.
Pues lo dicho, que las intenciones de The hives entendemos van por el derroche de energía y ahí ciertamente no fallan. Nos han vuelto a entregar un disco plenamente disfrutable, veloz todo el tiempo y que desde un comienzo tiene muy claro por donde ir.
¿Canciones? 'Enough is enough', 'Hooray hooray hooray' y 'They can't hear the music'.
Deudoras del indie noventero, el debut de las Wet leg unos años atrás estuvo marcado por ese sonido de guitarras minimalistas, canciones simpáticas y una producción sucia sin demasiados artificios. Digamos, una especie de mix entre la actitud de Veruca Salt (aunque sin la estridencia grunge), Pj Harvey + Pixies. Y bueno, como era de esperar este segundo trabajo va por una línea similar, doce canciones que en poco menos de cuarenta minutos desenfundan un sonido que si bien posee una vibra inevitablemente punk coquetea constantemente con el pop y los afanes melódicos, armando así un compendio bastante especial y regular, un álbum que si bien constantemente suena a otra época no deja de parecer actual debido a la desfachatez e irreverencia que transmite en sus mensajes.
En dicho sentido, la vocalista Rhian Tiasdale sabe meterse muy bien en el personaje que aborda el álbum. Su manera de vocalizar es por lo general ruda, acudiendo habitualmente a relatos hablados y susurros por lo que no cuesta oírla e imaginar a esa mujer de apariencia dulce pero tremendamente arisca, una mujer que no dudará a la hora de sacar las garras (algo de eso hay en la portada), algo que se expresa perfecto en una canción como 'Catch these fists', por ejemplo, donde se aborda el acoso que una mujer puede llegar a vivir en una disco ("Ocurre siempre tarde de noche / Algunos tipos vienen y me dicen que soy su tipo...") , aunque ojo, lejos de quedarse en la victimización el relato va directo al choque ("Sé bien como eres / Yo no quiero tu amor / Solo quiero pelear..."). De igual forma, más adelante en 'Mangetout' encontraremos también momentos que derrochan empoderamiento ("Dices que soy bonita , que quieres cogerme / Lo sé, gran parte de la gente también lo quiere..."), sin embargo, estos pasajes se equilibrarán con amplias referencias románticas en canciones como 'CPR', 'Liquidize' o la dulce 'Don't speak', aunque claro, siempre con simpáticas dosis de humor ("Seré tu Shakira / Whenever, whenever / Nunca te dejaría varado en una isla / Tu sabes, te apretaría más firme que una pitón..." - se expresa en 'Davina McCall'), generando un conjunto que se deja oír sin problemas, que en su recta final se entregará a dulces melodías en 'Pokemon' así como a guitarras en 'Pillow talk'.
Puede que les sigan faltando a Wet leg canciones algo más ambiciosas musicalmente hablando, canciones que alcancen cotas de mayor intensidad. Puede ser. Quizás a futuro vayan por ellas o quizás se conformen con este espacio seguro que han sabido construir. Como sea, su segundo álbum consolida todos los elementos que impactaron de buena forma en el debut.
¿Canciones? 'CPR', 'Catch these fists' y 'Mangetout'.
Le ocurre a muchos músicos esto de tener que seguir girando con su banda madre siendo que su corazón está (ya) en otro lado. Como una pareja que se mantiene por mutua conveniencia. Uno de esos casos es el de Hayley Williams, quien debe continuar en giras junto a Paramore pues esto le da de comer, sin embargo, sus energías y desahogos del presente se encuentran puestos claramente en los tres álbumes solistas que ha lanzado en estos cinco años, siendo este Ego death at a bachelorette party el ejemplo más evidente de todos. Estamos ante un disco que funciona como un verdadero vómito de canciones, una extensa sesión terapéutica en donde la vocalista pretende exorcizar varios de sus demonios, hablando de su historia, dolores y vínculos en un tono siempre tremendamente personal.
A diferencia eso si de sus antecesores, que en general fueron álbumes breves, en esta ocasión Hayley entrega dieciocho canciones, lo que habla de una confianza adquirida y también las ganas de botarlo todo, muy consciente además de que vivimos en una era donde la idea del disco da un poco igual pues quienes de verdad la siguen se armarán su propia lista con estas canciones armándose un playlist con las que les apetezcan. Toca de todas formas comentar acá en orden el viaje que nos ha propuesto, yendo hacia el pasado en la partida con 'Ice in my OJ', recordando con euforia la alegría que le significó el estar dentro de una banda para luego lamentar el haber enriquecido a un montón de malditos empresarios ("Lotta dumb motherfuckers that I made rich..."), y volviendo rápidamente al presente en la curiosa 'Glum', donde decide filtrar su voz en las estrofas para lanzarnos un doloroso coro que expresa la soledad de su momento ("¿Nunca te sentiste tan sola que podrías implosionar y a nadie le importaría...?").
En adelante la lista será extensa con el foco evidentemente puesto en los mensajes. Las canciones todas serán simples y breves destacando la oda al antidepresivo 'Mirtazapine' donde la vocalista realiza referencias a la relación de dependencia que ha generado con el medicamento ("¿Quien soy yo sin ti ahora? / Me haces comer, me haces dormir / Me permites soñar..."), el medio tiempo acústico 'Disappearing man' en donde empatiza con una antigua ruptura ("Ahora entiendo que tan abandonado te sentías / A una profundidad que jamás habrías compartido conmigo...") o la popera 'Love me different'. De igual forma en el nudo del disco encontraremos quizás el pasaje reflexivo más interesante de todos, con una 'Ego death at a bachelorette party' que habla del haber tocado fondo en soledad, la tétrica atmósfera de 'True believer' ouna notable 'Hard' donde la vocalista se refiere a como debió "masculinizarse" para obtener validación en un mundo de hombres ("Solo escuchaba música con testosterona / Tuve que matar mi femineidad para hacerlo...") regalándonos además inteligentes metáforas que realizan referencias al pene y la fragilidad masculina ("Así que golpéame / No puedo ser suave y siempre estoy muy dura...").
Dicho todo lo anterior, en medida que el álbum avanza es inevitable sentir que la vocalista ha publicado todo lo que tenía sin filtro alguno por lo que como era de esperar... sobran canciones. De hecho, toda la recta final no logra estar a la altura, cargándose demasiado a la balada acústica en 'Zissou', 'Dream girl in shibuya', 'Blood bros' + 'I won't quit on you', y por lo mismo produciendo un extraño contraste cuando el disco cierre con una explosiva 'Parachute' (single evidente del álbum), otra de las buenas canciones del álbumes pero que luce completamente descolocada tras todas las mencionadas y no se entiende que pinta al final del trabajo.
Evidentemente Ego death at a bachelorette party es un disco que con una lista de once o doce canciones podría haberse colado fácilmente entre lo mejor del año. La franqueza y el desangre están siempre presentes a lo largo de un trabajo que sin ser demasiado ambicioso en cuanto a arreglos logra compensar aquello con mensajes potentes y bien escritos. Ha metido mucha cosa de más pero esto también le honra pues habla de la valentía de su momento, que no es poco en estos tiempos...
¿Canciones? 'Glum', 'Mirtazapine', 'Hard' y 'Parachute'.
Desde sus inicios las hermanas Haim se caracterizaron por llevar adelante un sonido suave e inofensivo, en sus primeros dos álbumes acercándose a ese pop de artistas como Taylor Swift (digamos... genérico, sin mucha identidad) mientras que en Woman in music Pt III (2020) se percibió cierto salto creativo al mostrar un trabajo más diverso con énfasis puesto en las percusiones y que musicalmente iba desde el folk hasta el soft rock (no por nada las comparaciones con Fleetwood mac han abundado). Hubo cosas interesantes en ese disco ('Up from a dream', por ejemplo) pero siempre en el marco de un sonido de bajas ambiciones, canciones casi todas de tres minutos en donde el foco suele estar puesto en el mensaje y en las vocalizaciones (siempre es un placer oírlas, todo sea dicho). Para este reciente I quit se han tomado cinco años, asunto que se ve reflejado en que esta vez al parecer tenían más canciones (son quince en total las que componen el disco, ¡demasiadas!) pero no tanto en materia de arreglos, pues el álbum sigue yendo por donde iba el antecesor, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva.
Yendo a la música, prácticamente todo el concepto de I quit (el título anticipa) gira en torno a la ruptura de Danielle (una de las hermanas) con Ariel Rechtshaid, quien además había sido co productor de la banda desde los inicios. Aquello se declara desde un comienzo cuando 'Gone' abra los fuegos celebrando la libertad sobre los acordes de 'Freedom' de George Michael y vomitando líneas de despecho ("Puedes odiarme por lo que soy / Pues hago lo que quiero / Puedes avergonzarme por lo que hice / Pues veré a quien quiera ver...") en una estructura cambiante que ronda el sonido acústico (aunque a medio tema meten un solo estilo 'Sympathy for the devil' de los Rolling Stones) y que se enmarca como el tema más atractivo en todo el disco (aunque alguna explosión hacia el cierre no le habría venido mal). Otra que aborda de manera clara y cruda la ruptura será la acústica 'The farm', puesta inteligentemente a medio disco y en la cual encontramos un relato respecto a como Danielle enfrentó su quiebre yéndose a vivir Alana por un tiempo.
Entre las mencionadas encontraremos un conjunto en general agradable que se deja oír, canciones donde la banda continúa ostentando su principal virtud: la capacidad de construir canciones simples pero tremendamente diversas. Destaca ahí el popero medio tiempo de 'Relationships' (perdón eh, pero Taylor Swift nuevamente en mi mente), la pasada acústica/folk por 'Down to be wrong' (esta vez recordándome la onda noventera de Sheryl Crow) + 'Take me back', así como esa ida a las guitarras más rock en 'Lucky years' (¡que alternativa suena!) o la electrónica en 'Million years'. Todas estas están bastante bien y habrían podido armar un excelente disco, sin embargo, se acompañan por otro puñado de temas que redundan demasiado y aportan pocazo al global, como 'All over me', la balada 'Love you right' y toda la recta final que sinceramente se hace eterna, con la única excepción de ese curioso cierre con 'Now it's time' donde samplean 'Numb' de U2 y que les ha quedado bastante simpático.
Haim se instalan definitivamente en este álbum como una de esas bandas cuyo sonido liviano les sitúa en un lugar difícil de clasificar. A las chicas les tira el folk claramente pero tienen al mismo tiempo facilidad para no encasillarse ahí, siendo este su principal mérito. Este disco les ha quedado (muy) bien pero claramente le sobran canciones. Habrá que ver de todas maneras con el tiempo si este es su techo o son capaces de construir algo que musicalmente suene más consistente.
¿Canciones? 'Gone', 'Down to be wrong' y 'Lucky years'.
El concepto de libertad es complicado de abordar en la actualidad. ¿Qué tan libres somos? ¿Tenemos realmente margen de acción y decisión cuando nos encontramos absolutamente sometidos a los vaivenes del mercado en prácticamente todos los sentidos imaginables? Pues bien, si hay una banda que en estos tiempos al menos ha decidido intentarlo, esa es King Gizzard & the lizard wizard. Prueba de esto es la cantidad desbordante de música que han publicado desde sus inicios (veintiún álbumes en diez años), esto siempre bajo la idea de que sus trabajos lleguen al público de una u otra manera, así como la reciente polémica decisión que han tomado y publicado: el retirar todo su catálogo de la plataforma Spotify debido a los 600 millones de dólares que el CEO de esta empresa decidió invertir en la creación de armamento militar mediante inteligencia artificial. En valentía no se quedan por tanto los de Stu Mackenzie, y bueno, su música continúa hablando también de aquello pues en Phantom island volvemos a oírles ansiosos por experimentar y llevar su sonido hacia nuevos lugares, esta vez hacia una arista sinfónica, abrazando una clara vibra setentera y una multiplicidad de arreglos que van desde vientos a cuerdas entregándole al álbum unos aires barrocos bastante singulares (la portada anticipa) en donde el foco principal esta puesto en el viaje sensorial propuesto y no tanto en el gancho individual.
Siendo claros: si alguien busca guitarras o peso, para eso tiene discos recientes de la banda como Petrodragonic apocalypse... (2023) o Flight b741 (2024), pero esto va por un lado completamente diferente. Esto se aprecia con claridad desde la partida, 'Phantom island' (la canción) entra con un misterioso piano para lentamente ir dando paso a trompetas, flautas y una aparición absolutamente exquisita con la banda en pleno abordando una estructura cambiante con aires funkeros aunque de todas formas regalando un subidón rockero hacia su recta final. Si no es la canción del año, pega en el palo. Queda escrito. En adelante el disco planteará un camino siempre atrevido y cambiante, planteando las guitarras más alegres del disco en 'Deadstick' (que me ha recordado en algo al Paul McCartney de la era Wings), coqueteando con oriente en la genial 'Lonely cosmos', poniendo énfasis en el divertido relato de 'Eternal return' o trayendo a Bowie al presente en 'Aerodynamic'.
Por supuesto que en su propuesta el disco siempre rondará el sobrecargo, ahí tienes como ejemplo a 'Spacesick' o toda la recta final, por lo que inevitablemente el trayecto se podría volver pesado para muchos (aún siendo un disco corto, de solo diez temas), pero bueno, es la historia de una banda que con todos sus pros y contras continúa luciendo inagotable. Es cierto que salvo en su partida, este Phantom islandno parece alcanzar cotas tan brillantes pero vamos, que han vuelto a regalar una propuesta colorida, atrevida y multifacética.
¿Canciones? 'Phantom island', 'Lonely cosmos' y 'Eternal return'.
7,2 / 10
Muy bueno.
Otras reseñas de King Gizzard & The Lizard Wizard:
Abriré con una provocación: ¿Es Deftones la banda más trascendente (en activo) de los últimos treinta años? Puede ser. Y es que realmente muy pero muy pocos (en el universo del rock) son capaces de reunir hoy las características de esta agrupación: un sonido fresco que aún genera expectativas ante sus lanzamientos y, ojo acá, con llegada en las nuevas generaciones. Por lo mismo, la tentación de enaltecer en exceso cada nuevo álbum de la banda es grande, cuesta mantener los pies sobre la tierra e intentar escribir con objetividad, más aún cuando los de Sacramento es esfuerzan por entregar precisamente lo que sus fans esperan oír en sus álbumes. Se intuirá hacia donde voy: el más reciente disco de Deftones funciona como un conjunto macizo y conciso que reúne varios de los elementos que acabaron por consolidar a la banda durante estos últimos quince años, dígase: peso y emocionalidad en perfecto equilibrio, aunque digámoslo también, con poco y nada de riesgo en cada una de estas canciones.¿Es esto último un defecto? Para nada. Es natural que una banda luego de tres décadas de carrera y con una discografía prácticamente impoluta opte por fórmulas plenamente conocidas, que decidan volver a trabajar con Nick Raskulinecz (el hombre tras sus dos álbumes de mayor aceptación comercial en estos años, Diamond eyes y Koi no yokan) y junto a él desarrollar una excelente colección de lugares comunes, pero digamos las cosas por su nombre...
Quisiera reiterar: excelentes lugares comunes, pues este Private music efectivamente no tiene punto bajo. El "problema" (las comillas más intencionadas que nunca) es que tampoco alguno realmente alto y parte de esto tiene que ver con la conformidad que el álbum muestra en materia de arreglos. Me explico, Ohms (2020) también fue un álbum en donde la banda se percibió muy cómoda, sin embargo, canciones como 'Genesis', 'The spell of mathematics' o 'This link is dead' incorporaban alguna vuelta de tuerca que las elevaban notablemente. Bueno, eso acá no ocurre. Sin ir muy lejos, toda la pasada que va desde 'My mind is a mountain' hasta 'cXz' no tiene desperdicio, está el peso, la agresividad ('Souvenir') y melodías atractivas ('Infinite source', vaya maravilla de coro), pero absolutamente ninguna se complica y todas terminan optando por la repetición de estructuras realmente simples. De hecho, el que las canciones ronden todas los tres minutos de duración algo te dice...
Dentro de esa misma conformidad es que 'I think about you all the time' parece ser el nuevo intento de Deftones por construir una 'Sextape' (esa canción que tan buenos dividendos le dejó a la banda entre la generación Tik Tok), mientras que la pasada por 'Cut hands' + 'Metal dream' aparece como toda una curiosidad al acercarles al sonido rapeado y nu metal de sus inicios noventeros. Se agradece de todas formas el peso de 'Milk of the madonna' (que pinta de gran canción pero nuevamente peca en lo antes mencionado: a los tres minutos se queda sin nada que decir por lo que la banda no encuentra nada más que hacer salvo repetir el coro hasta la saciedad), así como 'Departing the body', que sin ser nada demasiado conmovedor logra cerrar el disco de manera adecuada gracias a sus exquisitas melodías etéreas y abrasivas.
Lo dicho, Private music es un correcto álbum de Deftones, ni más ni menos. Se plantea nuevamente como un disco de continuidad, tal como ocurrió con Ohms, con la salvedad de que cinco años atrás la sensación fue de estar ante canciones que se explotaron de mejor manera, alcanzando cotas de mayor nivel. Esta vez pareciese se han propuesto conformar a la crítica + fans, y bueno, a juzgar por lo que se lee y escucha, lo han logrado...
¿Canciones? 'Infinite source', 'cXz' y 'Milk of the madonna'.
Puede que el exceso de álbumes le haya jugado en contra durante la pasada década a Kadavar. Inevitablemente tanto disco similar (y seguido) generó en muchos cierta pérdida de interés, al punto de que grandísimos discos como The isolation tapes (2020) o el posterior Eldovar: A story of darkness & lights (2021) pasaran bastante inadvertidos por el mundo (también hago mi mea culpa, pues ni siquiera los reseñé acá). El caso es que todo esto, sumado a un inevitable agotamiento creativo, seguro acabó por desembocar en una inédito silencio por parte de los alemanes, quienes se han tomado cuatro años para este siguiente paso, sumando en el camino a Jascha Kreft como tecladista/guitarrista estable en la formación y trabajando con su compatriota Max Rieger en producción. El resultado de toda esta aventura se resume en estas diez curiosas canciones, las cuales les alejan bastante de su propuesta habitual optando esta vez por un sonido más luminoso y grandilocuente (la portada ya anticipa) , canciones que en general van en busca de un mayor gancho sacrificando las atmósferas pesadas, densas y psicodélicas que abundaron a lo largo de su discografía.
En efecto y dicho en simple: lo que acá han entregado se acerca más a algo como Kasabian que a Black Sabbath. Así como se lee. Piezas donde el centro siguen siendo las guitarras + teclados pero el fuerte se encuentra puesto en la repetición de coros, esto en la evidente búsqueda de algo más atractivo al oído en una primera escucha. Ahora, que se entienda bien, en ningún caso esto significa el que Kadavar acá suenen vacíos o desechables (¡que grandes canciones acá claro que hay!) pero si es cierto que han sacrificado densidad para abrazar caminos amigables con el oyente casual.
Yendo a la lista propiamente tal, esta vez quisiera comenzar de atrás hacia adelante. El álbum cierra con los casi seis minutos de 'Until the end', una canción que pienso perfectamente podría haber abierto el disco debido a la dinámica inmersiva que posee, un tema tremendamente interesante que te va sumergiendo de a poco para a medio andar meter un pasaje McCartniano (del 2:56 al 3:30) para luego explotar entre guitarras. El tema es una joya de proporciones (de lo mejor que he oído este año) pero ciertamente poco representativa del conjunto. Por lo mismo, se entiende que cierre.
Antes el disco habrá entregado dos secciones bastante marcadas, una luminosa y otra más exploratoria. Dentro de lo primero destacará la alegre 'I just want to be a sound' (con una partida que perfectamente podría ser la entrada a un disco de Ghost), así como unas golpeadas y rockeras 'Hysteria' + 'Regeneration'. Más adelante el álbum también se lanzará en picada a las guitarras en 'Scar on my guitar' o 'Truth' (esta muy marcada por un exquisito bajo), sin embargo, serán asuntos más cargados a las atmósferas de calma en 'Sunday mornings', la psicodélica 'Strange thoughts' o la elegante balada 'Star' (¡vaya delicadeza de canción!) las que acabarán marcando la recta final del disco.
Puede a muchos les extrañe el giro hacia sonidos más amigables que Kadavar han buscado dar con este álbum, sin embargo, dejando los prejuicios de lado, lo que nadie puede negar acá es que grandes canciones hay. En lo personal entiendo la jugada como una salida a tomar aire fresco y un tanteo de terreno. De hecho, la banda por estos días ya ha anticipado un nuevo single y fecha para un álbum (noviembre de este año) y seguro sonará bastante más "tradicional". Es decir, la banda tenía dos trabajos preparados para 2025, este ha sido el aventurero y el otro seguro apostará a la segura. El tiempo dirá si I just want to be a sound quedará registrado como una mera anécdota friki o los alemanes deciden seguir indagando en esta dirección. Como sea, lo que nos han dejado es material digno de toda atención, aunque el mundo no se entere...
¿Canciones? 'I just want to be a sound', 'Star' y 'Until the end'.
Pues lo dicho, que he querido dedicar una semana a Supergrass acá en mi querido blog a propósito de que a treinta años de su primer álbum los ingleses (¡al fin!) debutaron en Chile. Con cambio de recinto por cierto. Inicialmente se presentarían en el Teatro Caupolicán pero seguramente por una baja venta de tickets el recinto pasó a ser la Discotheque Blondie, noticia que en lo personal me vino de maravillas. El Teatro Caupolicán me encanta pero en la Blondie vi a Kula Shaker unos años atrás y lo gocé un mundo, es un lugar pequeño donde tienes a los músicos MUY cerca, lo cual vuelve a la experiencia tremendamente especial. Y bueno desde lo musical todos sabíamos a lo que íbamos: eran los treinta años de I should coco por lo que esperábamos el disco prácticamente completo y un show cargado a la dinámica. Y efectivamente así fue...
A las 20.30 aproximadamente entré a la disco y dado lo pequeño del recinto pude ubicarme muy cerca del escenario, segunda o tercera fila. A las 21.10 hrs la banda hizo presencia y que decir, ¡los tenía al lado! Pude ver desde un comienzo los gestos de sobria satisfacción de Gaz Coombes ante un público entregadísimo desde un comienzo y el derroche de energía de un Mick Quinn que se la pasa muy bien con el bajo en su metro cuadrado.
Yendo a los temas, rápidamente y como era de esperar la banda desenfundó la energética tríada que abre el álbum de 1995: 'I'd like to know' + 'Caught by the fuzz´+ 'Mansize rooster'. Desde entonces la comunión entre la banda y el público fue total, la lista de temas alternó la intensidad metiendo pasadas acústicas mediante 'Late in the day' + 'Mary' + 'She's so loose' (las tres muy coreadas por todos los presentes) o más adelante una simpática 'We're not supposed to' (en donde los músicos alternaron instrumentos y el baterista Danny Goffey pasó adelante a tocar el bajo, algo que también hicieron más adelante en 'Time to go'), mientras que cosas como 'Lose it' o el energético tridente 'Strange ones' (de lo que más se gozó en toda la noche) + 'Sitting up straight' + 'Lenny' le metieron rock y guitarras al asunto.
A medio show por supuesto que sonó 'Alright', el tema con el que gran parte del recinto sacó el teléfono para grabar (aunque fue prácticamente la única en una noche donde el público se dedicó a cantar y saltar dejando las grabaciones de lado, al menos donde yo estaba), mientras que para la recta final la banda soltó el "modo grandes éxitos", regalándonos una exquisita y bailable 'Moving' sumado a singles muy esperados como 'Richard III' , 'Sun hits the sky' o 'Grace'.
Lo que Supergrass nos entregó el pasado jueves fue una jornada de cardio intenso, noventa minutos de total entrega. La pasamos super bien, que duda cabe. ¿Se habría agradecido algún temita de regalo considerando que era la primera vez que venían? Seguro. 'Going out', por ejemplo, que también fue un single de In it for the money (1997), pero bueno, los tipos tienen sus años y aquello no se puede dejar de lado. Como sea, gran noche vivimos...
Lo que tocaron:
Partida intensa:'I'd like to know' + 'Caught by the fuzz´+ 'Mansize rooster'.
Primer quiebre acústico:'Late in the day' + 'Mary' + 'She's so loose' Subidón rock:'Lose it' Segundo quiebre acústico:'We're not supposed to' + 'Time' Otro subidón rock: 'Alright' + 'Strange ones' + 'Sitting up straight' + 'Lenny' Tercer quiebre acústico: 'Sofa (of my lethargy)' + 'Time to go' + 'St. Petersburg' Recta final grandes éxitos: 'Richard III' + 'Moving' + 'Grace' + 'Sun hits the sky' + 'Pumping on your stereo'
Sonido: 8(un poco bajo, sobre todo al comienzo. Kula Shaker sonó mejor ahí mismo) Interpretación: 9(Obviamente los años hacen lo suyo. Se les nota muy concentrados en hacer bien el trabajo pero al mismo tiempo la banda lo da todo...) Puesta en escena: 8(Son tipos sobrios. Gaz fue quien más interactuó acercándose en varios momentos al público) Complementos: 7(Poco y nada. Solo un telón detrás. Tampoco hizo falta) Lista de temas:8 (Se sabía, I should coco completo + los singles de cada uno de sus discos)
Un Gobierno Que NO Escucha...
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*“... y no aprende” *
La nula capacidad de escucha del gobierno de *Sebastián Piñera *quedó
retratada a pocos días de haberse iniciado la crisis que vivim...