Los primeros cinco años de los 90's fueron enormes e inolvidables. No tuve el placer de vivirlos a full, en 1991 (el año clave) tenía diez años de edad y apenas me enteré de todo lo que estaba pasando cuando canciones como "November rain", "Smell like teen spirit", "Jeremy" o "Black hole sun" comenzaron a inundar mi infantil radio (y aún así no vine a enganchar con todo aquello sino hasta diez años después).
Esos cinco años fueron eternos y entregaron material que daba para toda una década (y más). Guns 'n roses era la banda del momento, Metallica había logrado meterse a las masas con su homónimo álbum negro, Nirvana, Pearl Jam y Alice in chains habían logrado cambiar el paradigma musical, Smashing Pumpkins eran los chicos alternativos del momento y Faith no more experimentaba con mixturas en otra esquina del rock. En el mundo del metal Pantera golpeaba la mesa mientras que en una zona más industrial Nine inch nails, Ministry o unos incipientes Marilyn Manson daban señales de lucidez y frescura. Que decir, lo que se vivía era enorme.
En paralelo a esta esta vorágine avanzaba con fuerza Soundgarden, una banda única. Había un poco de todo en ellos y esto se apreciaba en su música. Es cierto que su carrera había comenzado hace años ya, discos como Louder than love (1989) o Badmotorfinger (1991) pavimentaron el camino que recorrería este excelente trabajo, sin embargo este es el álbum donde Soundgarden alcanzó la madurez, el equilibrio y de paso la trascendencia. Aunque le duela a los puristas, sin Superunknown nadie hablaría hoy de Soundgarden, así de simple y claro. Este es el disco en donde la banda conjuga la visceralidad y el hard rock de sus inicios con interpretaciones de potente carga técnica (a diferencia de gran parte del movimiento grunge, los integrantes de Soundgarden no eran malos músicos), elementos psicodélicos y a un Chris Cornell que, pese a no poseer el carisma de Kurt Cobain, el desplante escénico de Eddie Vedder, ni la profundidad de Layne Stanley, era capaz de conectar gracias a su inconfundible registro vocal y un aporte melódico/lírico no menor. Y acá creo que hay que detenerse un poco, pues no cabe duda que dentro de Soundgarden convivían buenos músicos pero fue el sello creativo de Chris Cornell el que llevó a la banda a otra dimensión. Esto me parece pudimos comprenderlo de mejor forma una vez desarrollada su carrera en solitario.
El álbum es un viaje, un paseo que evidencia las múltiples influencias con que la banda contaba por aquellos años. Hay potencia, velocidad y un rock más duro en temas como "Let me drown", "My wave" o "Superunknown" (la canción), pasajes mucho más oscuros y densos que rescatan el peso y legado de una banda como Black Sabbath en "Mailman" , "Head down" o "Limo wreck" (Cornell pletórico acá, sencillamente increíble), y también pasadas más armónicas que lograron sacar a la banda del anonimato sin perder un ápice de calidad, acá aparecen los clásicos eternos "Black hole sun" o "Spoonman" más medios tiempos tales como "Fell on black days" o "The day I tried to live".
Es probable que en la recta final, pasando el arranque punk que es "Kickstand", el disco se haya excedido en temas volviéndose durante las últimas tres o cuatro algo monótono, aquel es el único reparo que se puede sostener frente a este enorme trabajo, el cual vería su continuación un par de años más tarde en el infra valorado Down on the upside (1996), que en lo personal me sigue pareciendo el más alucinante álbum en la carrera de Soundgarden, un disco que seguro en un futuro (espero) no muy lejano me daré el gusto de recordar.
Hoy nos quedamos acá, con Superunknown y el recuerdo del que representó la consolidación de Soundgarden tanto a nivel musical como comercial, y también de paso el comienzo del fin para la banda. Nada volvió a ser lo mismo para ellos tras 1994 y es realmente una lástima que el sueño a partir de acá haya durado tan poco. No se empaña eso si el notable nivel de un disco que fue capaz de mostrar diversas caras de una agrupación que vivía un momentazo increíble.
8,8 /10
¡Excelente!
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