lunes, 9 de noviembre de 2020

Sufjan Stevens: The Ascension (2020)

"Igual de íntimo aunque en otro traje..." 

Gran parte de quienes conocen a Sufjan Stevens llegaron a él por el precioso Carrie & Lowell (2015), además de su aporte a la banda sonora de Call me by your name, sin embargo, la carrera del norteamericano ronda los veinte años de existencia, período donde el compositor ha desarrollado una discografía marcada por la exploración. Ahí, el referente inmediato para The ascension está lejos de ser el mencionado Carrie & Lowell sino más bien un trabajo como The age of Adz (2010). Diez años por tanto ha tardado Stevens en retomar dicha senda mediante un disco extenso y denso (quince canciones en ochenta minutos de música) pero rico en matices, un disco que continúa mostrándolo como uno de los referentes creativos interesantes de la actualidad. 

De esta forma, el álbum abre de manera impresionante con los cinco minutos de 'Make me an offer I cannot refuse', con un sonido repleto de artificios electrónicos y adictivos cambios estructurales. De ahí en adelante, The ascension funcionará como un viaje diverso, un cóctel electrónico en donde los teclados serán absolutos protagonistas, en ocasiones jugando con atmósferas bajas y relajantes como ocurre en 'Run away with me' o 'Tell me you love me ' y en otras apostando sutilmente hacia la pista de baile en 'Video game' (notable esta) o desatando la hiperquinesis en 'Lamentations' o en 'Landslide'. La sensación que transmite por tanto The ascension es la de estar frente a un Sufjan Stevens que ha querido marcar bruscas distancias respecto a lo trabajado cinco años atrás y para esto ha querido ir lo más lejos posible, incluso provocando al auditor en una pieza como 'Die happy' que durante tres minutos repite insistentemente "quiero morir feliz" para luego lanzarse a dos minutos de dinámica, aunque siempre con cierto tono caótico. Para colmo, en las siguientes el artista no muestra en absoluto intenciones de ser amable, con diez minutos casi inaccesibles protagonizados por la pasada 'Ativan' + 'Ursa major' (el Radiohead de Kid A muy presente este todo este nudo del álbum) o más adelante en las casi industriales 'Death star' + 'Goodbye to all that'.

Sin embargo, no hay que perderse, que la capa electrónica que cubre a todo el disco no implica en absoluto el que este haya renunciado a su identidad pues su música continúa sonando íntima y espiritual pese a que el traje esta vez sea diferente. Para prueba, toda la recta final del disco, con 'Sugar' como singular declaración amorosa ("No me hagas esperar / No me hagas cantar canciones tristes..."), el confesional relato de 'The ascension', en donde Stevens suelta estrofas tras estrofas que hablan de su gradual pérdida de fe en la sociedad, o los doce minutos (aunque la canción propiamente tal dura siete) finales de 'America', otro momento personal, desafiante y político, marcado por ese potente "No me hagas a mi lo que le has hecho a América".

"De alguna forma siempre seré un cantante folk, pero necesitaba liberarme de todo aquello y dejar de cantar acerca de mi madre muerta..." - Ha declarado Stevens en la promoción de The ascension, y bueno, eso es lo que ha hecho. Nos ha entregado un disco que escapa y se sacude de ese sonido acústico que tan buenos resultados le entregó en 2015, y más bien se ha volcado hacia una música maquinal y sintética, marcada por una electrónica caótica pero que en lo temático continúa mostrándolo abierto, particularmente rabioso y también político. ¿Excesivo a ratos? Absolutamente. Pero también valiente y creativo. Con giro incluido, continuamos observando el proceso de crecimiento de un artista que no para de sorprender.

7 / 10
Muy bueno.

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